sábado, 20 de julio de 2013

"Orar sin interrupción" de San Agustín

    Siempre que sentimos en nuestro corazón deseos de mejorar, de responder más generosamente al Señor, y buscamos una guía, un norte claro para nuestra existencia cristiana, el Espíritu Santo trae a nuestra memoria las palabras del Evangelio: conviene orar perseverantemente y no desfallecer. La oración es el fundamento de toda labor sobrenatural; con la oración somos omnipotentes y, si prescindiésemos de este recurso, no lograríamos nada.

    Quisiera que nos persuadiésemos definitivamente de la necesidad de disponernos a ser almas contemplativas, en medio de la calle, del trabajo, con una conversación continua con nuestro Dios, que no debe decaer a lo largo del día. Si pretendemos seguir lealmente los pasos del Maestro, ése es el único camino.

    Volvamos nuestros ojos a Jesucristo, que es nuestro modelo, el espejo en el que debemos mirarnos. ¿Cómo se comporta, exteriormente también, en las grandes ocasiones? ¿Qué nos dice de Él el Santo Evangelio? Me conmueve esa disposición habitual de Cristo, que acude al Padre antes de los grandes milagros; y su ejemplo, retirándose cuarenta días con cuarenta noches al desierto, antes de iniciar su vida pública, para rezar.

    Es muy importante observar los pasos del Mesías, porque El ha venido a mostrarnos la senda que lleva al Padre. Descubriremos, con El, cómo se puede dar relieve sobrenatural a las actividades aparentemente más pequeñas; aprenderemos a vivir cada instante con vibración de eternidad, y comprenderemos con mayor hondura que la criatura necesita esos tiempos de conversación íntima con Dios: para tratarle, para invocarle, para alabarle, para romper en acciones de gracias, para escucharle o, sencillamente, para estar con Él.

    Considerando este modo de proceder de mi Señor, llegué a la conclusión de que el apostolado, cualquiera que sea, es una sobreabundancia de la vida interior. Por eso me parece tan natural, y tan sobrenatural, ese pasaje en el que se relata cómo Cristo ha decidido escoger definitivamente a los primeros doce. Cuenta San Lucas que, antes, pasó toda la noche en oración. Vedlo también en Betania, cuando se dispone a resucitar a Lázaro, después de haber llorado por el amigo: levanta los ojos al cielo y exclama: Padre, gracias te doy porque me has oído. Esta ha sido su enseñanza precisa: si queremos ayudar a los demás, si pretendemos sinceramente empujarles para que descubran el auténtico sentido de su destino en la tierra, es preciso que nos fundamentemos en la oración.

    Son tantas las escenas en las que Jesucristo habla con su Padre, que resulta imposible detenernos en todas. Pero pienso que no podemos dejar de considerar las horas, tan intensas, que preceden a su Pasión y Muerte, cuando se prepara para consumar el Sacrificio que nos devolverá al Amor divino. En la intimidad del Cenáculo su Corazón se desborda: se dirige suplicante al Padre, anuncia la venida del Espíritu Santo, anima a los suyos a un continuo fervor de caridad y de fe.

    La oración era entonces, como hoy, la única arma, el medio más poderoso para vencer en las batallas de la lucha interior: ¿hay entre vosotros alguno que está triste? Que se recoja en oración. Y San Pablo resume: orad sin interrupción no os canséis nunca de implorar.

lunes, 8 de julio de 2013

Decálogo de la oración

1. Orar es no sentirse nunca rechazado.
El Señor me acepta incondicionalmente.
2. Orar es vivir de la Presencia que recrea y enamora.
Dime la imagen que tienes de Dios y te diré cómo es tu oración.
3. Orar es experimentarse un pobre necesitado.
El Señor ama tu pobreza más que tú.
4. Orar es encontrar la dirección obligatoria hacia el amor.
Tu oración va bien si aterriza en entrega.
5. Orar es vivir muy feliz.
El cielo se inaugura aquí con tu vida de oración.
6. Orar es tener dentro el gozo de vivir.
¿Qué saben de “vida a tope” los que no oran?
7. Orar es madurar en el amor.
Cuando llega la noche, Él permanece con su presencia discreta.
8. Orar es vivir como un niño en brazos de su madre.
Contigo tengo miles de ocupaciones y, casi siempre, ninguna preocupación.
9. Dejar de orar es perderse.
Todas las ruinas de nuestra vida comienzan en el mismo momento en que dejamos la oración.
10. Orar es un don que exige nuestra colaboración.
Deja que el Espíritu Santo te inunde con el Don de Sabiduría, que te llevará a una oración incesante.
 
Por el obispo Francisco Cerro, obispo de Coria-Cáceres