sábado, 15 de octubre de 2016

DEJATE AMAR, TAL COMO TU ERES








SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD. CARMELITA DESCALZA, DEL CARMELO DE DIJON, FRANCIA.
CANONIZADA EL 16/10/2016 EN ROMA

 “Déjate amar, él te ama así, es decir, tal como tú eres.

No temas, confía, pues nada se antepone al amor de Dios para contigo,

ni tus propios pecados”[1].

 “Déjate amar tal como tú eres” Son palabras de sor Isabel de la Trinidad escritas a su priora, Madre Germana, poco tiempo antes de morir, palabras que muy bien las podemos hacer nuestras.

 Estas palabras de sor Isabel responden a un estado interior frecuente de Madre Germana, que siendo una excelente religiosa, de profunda vida interior, estaba obsesionada con la idea de que había sido infiel a su vocación, por no responder con fidelidad a la llamada de Dios. Sor Isabel, que la conocía muy bien y la quería entrañablemente, cuando ya estaba en la enfermería, casi en el lecho de su muerte, tuvo esta inspiración. "Dios no te pide que le ames más que estos, sino que te dejes amar más que estos, así tal como tú eres.” Y bajo esta inspiración le escribirá el pequeño tratado espiritual “Déjate amar”, que Madre Germana deberá leer después de la muerte de sor Isabel. Madre Germana, guardo en el silencio de su corazón este escrito de su querida hija espiritual, como un precioso tesoro. Podemos imaginarnos las veces que lo leería y releería. ¡Qué consolación tan entrañable para ella! Este pequeño tratado es de una riqueza inmensa, en él me he inspirado para escribir esta reflexión, después de haberlo meditado y orado muchas veces en el transcurso de mi vida. Este mensaje de Isabel es válido para todos sea cual sea el estado de vida[2].

 
Dios te ama. Esta es una afirmación de nuestra fe. Dios te ama así, tal como tú eres, desde siempre y para siempre. “Con amor eterno te amé” (Jr 31,3). La criatura puede cambiar de actitud frente a Dios, o incluso ignorarlo y hasta rechazarlo y negarlo; pero Dios nunca cambia frente a ella ni deja de amarle aunque ella se aleje de Él y le sea infiel. “Dios es amor”, dice san Juan (1 Jn 4,8), y si dejará de amar, dejaría de existir; de alguna manera se destruiría a sí mismo, y esto en Dios no es posible.

 
 Dios te ama y ama tu pequeñez, pues Él te ama por ti mismo, no por lo que tienes ni por lo que haces; y mucho menos, por lo que representas. La medida, del tener, del hacer y del representar, a Dios no le sirve para nada; pues eso son valoraciones mundanas que únicamente sirven para desarrollar la mentira y desfigurar la careta con la que nos solemos pasear los humanos. Dios te ama sólo y únicamente por lo que tú eres y representas para Él: su hijo, su hija amado/a. De este amor filial nace tu verdadera grandeza divina y humana, tu plenitud, de ser creado y salvado en Cristo. Desde tu pequeñez, tal como tú eres, acoge con gozo el gran amor que Dios te tiene, pues “Dios te amó el primero” (1 Jn 4,10). Y el profeta Isaías dice: “No temas, yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío, tú eres precioso a mis ojos y yo te amo.” “¿Acaso olvida una madre al hijo de sus entrañas? Pues aunque ella llegase a olvidarlo, yo no te olvidaré. Mira, en las palmas de mis manos te tengo tatuada” (Is 43, 1-4; 15-16).

 
Déjate amar, no temas, confía. Ten la certeza de que Dios te ama con amor infinito, nada puede impedirle amarte, ni tus alejamientos ni tus imperfecciones, ni siquiera tus propios pecados distancian el amor de Dios para contigo. ¡Él siempre te ama! El amor de Dios es mucho más grande que el pecado del hombre, porque Dios es amor, perdón, ternura y misericordia. “Dios, que es rico en misericordia y nos tiene un inmenso amor; aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos volvió a la vida junto con Cristo. ¡“Por pura gracia habéis sido salvados”! (Ef 2,4). El amor de Dios te purifica y borra tus imperfecciones y pecados; el fuego de su amor te recrea, unifica y embellece. Su amor infinito purifica y santifica todo aquello que en ti es imperfecto. Sea cual sea tu situación y tu estado interior, ten la certeza y la confianza de que Dios está a tu lado; más cerca de ti, que tú mismo. Ten la seguridad de que el amor de Dios te transforma, santifica y cristifica; tú solamente tienes que abrirle tu corazón y acoger su amor con sencillez y gratitud. Déjate abrazar, envolver por la ternura de Dios “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre entraré y comeremos juntos” (Ap 3,21). Ten la certeza de que Dios quiere entablan una relación de amor contigo. Si llegas a comprender esta realidad, tu vida cambiará, y habrás encontrado el cielo en la tierra, porque el cielo es Dios, y Dios habita en ti. Aviva, pues, en ti la conciencia de que eres templo, sagrario, icono del Dios vivo y vive constantemente en su Presencia, en esa actitud de acogida y entrega: en el Hogar trinitario donde siempre debes permanecer.

 
Ten fe y confianza en su amor. Vive en un total abandono, tu vida está entre sus manos y Él nunca te abandonará. Si te sientes pequeño/a, incapaz de amar, incluso si llegas a sentir la impotencia de no poder acoger el amor que Dios te tiene, confía, adora y espera. Fija tu mirada en Jesucristo crucificado que ha dado la vida por ti, muriendo en una cruz, y pídele con fe y sencillez de niño que te enseñe a acoger el amor y la ternura de Dios Padre que ha entregado a su Hijo por tu salvación.

 
 Realiza todo con Jesús y desde Él. Dios realizará en ti, mediante su amor, su obra de perfección, de santidad. No te empeñes en hacer, deja, simplemente, que Él haga su obra en ti. El santo no es aquel que hace muchas cosas por Dios, sino aquel que acoge la acción del Espíritu Santo en su vida y se deja “hacer”, santificar por su acción divina. En la vida espiritual es necesaria una cierta “in-acción” para darle toda la primacía a la acción y fecundante del Espíritu Santo. Todo lo que tienes que hacer, por tu parte, es acogerle y dejarle hacer, renunciando a los proyectos personales, para que Dios pueda realizar su proyecto en ti. Entrégate con docilidad y sencillez a la acción creadora que, en cada instante de tu vida, Dios quiere realizar en ti. Déjate modelar por el Divino Alfarero para que Él haga la vasija que más le agrade y no pretendas imponerle aquella con la que tú soñabas ser. El Divino artista no puede realizar más que bellezas divinas, para ello solamente necesita que la materia se deje modelar a lo divino. Dios, siendo la Belleza suprema, realiza obras que reflejan la belleza de su Bondad y de su Amor.

 
No tengas miedo de abandonarte al Amor. Abandónate en los brazos cariñosos del Padre que te ama hasta el extremo de enviar a su Hijo para salvarte y unirte a Él.          “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él ha dado su vida por nosotros”  (1 Jn 3,6). Y San Pablo dirá: “Vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). Dios desde el principio de la creación ha querido infundir en su creatura su amor y su grandeza, “haciéndole partícipe de su naturaleza divina”         
(2 Pd 1,4). “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza, y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó; hombre y mujer, los creó” (Gen 1,26-27). Sabiendo que el hombre, la mujer, han sido creados a imagen de Dios, tú hallarás la plenitud en la medida que orientes toda tu vida en este doble movimiento de: de acogida y entrega. Acoge el amor que Dios te tiene, y ámale con todo tu ser, como respuesta a su gran amor. Mediante este doble movimiento de acogida y respuesta te irás identificando con Cristo y, desde esta identificación, serás, con Él, en Él y por Él, acción de gracias y alabanza del Padre: la vocación por excelencia del cristiano y la que vivió sor Isabel: “ser alabanza del Padre”.

 
 Por tu parte, tú no puedes amar ni responder a tu vocación si antes no descubres que eres amado/a por ese Dios a quien tú llamas: Padre. De ahí, la necesidad de creer y acoger, con toda tu alma, el amor que Dios te tiene; pero no como algo que sabes, como pura formula, de una manera intelectual, sino desde la experiencia del corazón y de la intimidad vivida con Él. Si tú llegas a vivir en su amor, Él será el único cimiento de tu existencia, el cual te dará profundidad y altura, madurez y sabiduría; siendo como una roca firme, bien asentada que los vientos no pueden tambalearla en el combate de la fe y de la vida, y tú serás en el corazón del mundo, un vivo testimonio del amor del Padre para tus hermanos. De un tal testimonio, nuestro mundo está profundamente necesitado.

 
 Kiko Argüello decía a los jóvenes con ocasión del jubileo del año 2000: “El verdadero pecado del hombre es pensar que Dios no le ama.” Y la Madre Teresa de Calcuta, en esta misma ocasión insistía: “Cada uno de nosotros tiene que gritar que Dios le ama.” La certeza de que Dios te ama tiene que orientar y alentar tu vida cristiana a vivirla con gozo y esperanza.

 
Todos los conflictos, tanto a nivel personal, como de grupos, comunidades, familias y naciones; suelen venir de la falta de amor y dialogo de unos con otros, es decir, del individualismo, convertido en el “yo” egoísta, que se antepone al “nosotros”, al bien común, al respeto y al amor; llevando a la ruptura, a las guerras y hasta a la muerte. Basta contemplar las noticias de estos últimos tiempos para ver la violencia que reina en el mundo y en el corazón de los humanos, por la falta de amor.

  El ser humano cuando deja de amar, de alguna manera deja de existir, porque se desequilibra y se destruye a sí mismo; ya que no vive el fin para el cual ha sido creado: amar a Dios, amarse a sí mismo y amar a sus semejantes desde el amor que ha recibido del mismo Dios. Las tres tareas principales de toda existencia. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado” (Rm 5,5). Por esto el ser humano no puede amar en verdad, si antes no acoge el amor que Dios a “sembrado” en su corazón. Tomar conciencia de esta realidad e esencial. De aquí nace la necesidad imperiosa de descubrir y acoger el amor de Dios en tu vida; para que desde él ames en verdad y seas testigo de su amor, en medio del mundo tan hambriento de amor. En nuestros días, la misión no es el discurso ni la predicación, porque la gente no cree en eso. Incluso ya no cree ni en las grandes Obras sociales. El gran medio de la misión y de la evangelización es el testimonio de quienes tienen la experiencia de Dios y la transmiten con su vida y su ejemplo. Son evangelizadoras aquellas personas que dejan sentir la presencia de Dios en sus vidas, y transmiten lo que Él puede hacer en nuestras vidas, cuando le dejamos abierta la puerta de nuestro corazón, cuando acogemos su gracia, su amor.

 
Nuestra sociedad, está necesitada de hombres y mujeres que vivan la experiencia del amor, que de verdad se sientan amados para que, a su vez, sean testigos convencidos del amor de Dios para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, tan necesitados como están de sentirse amados, arropados y comprendidos. Hemos sido creados para amar y ser amados, ahí radica nuestra felicidad y plenitud humana y divina. Muchos de los dramas que se dan en la vida personal y social, vienen de la herida que la persona vive de no sentirse amada, de no contar para nadie. ¡Esto es muy triste! Y, a la vez, un hecho muy real. Y cuando la persona vive la herida del no amor, puede tener reacciones inesperadas y hasta dramáticas. “La enfermedad más grave de nuestro tiempo es la de no ser nadie para nadie” (Madre Teresa de Calcuta). ¿No será esta la causa de tanta agresividad y violencia de nuestra sociedad? Pasar la vida desapercibido/a, ignorado/a. Des este anonimato, en el que viven la mayoría de las personas, nacen las agresividades, los conflictos, los problemas, como reacción al grito desesperado de la falta de amor y de reconocimiento.

   Necesitas acoger y contemplar el amor de Dios Padre, para poder ser testigo y amar a los hermanos con esta mirada amorosa con la que cada uno somos amados por Dios. Para amarnos como hermanos, primero tenemos que descubrir la filiación común, la filiación divina, pues todos somos hijos de un mismo Padre, y partiendo de esta filiación es como nacerá, sin demasiado esfuerzo, la hermandad y la fraternidad; porque su raíz y fuerza están en el seno de la Trinidad y no en nosotros mismos. Pero para ello hemos de descubrir este manantial y beber de él. Dios es relación, comunión, y el hombre ha sido creado para la relación, la fraternidad y la comunión; primero para esa relación íntima con Dios, y desde Él para la relación fraterna y de amistad con los hermanos. Hemos de tomar conciencia de esta realidad y dejar que el amor recibido brote de nosotros mismos, no le pongamos ninguna “traba”; al contrario dejémosle “brotar” como brota el agua de la fuente, con pureza, fuerza y frescura. De esta manera respondemos al plan de Dios: que todos nos amemos como Él nos ama, y así seremos felices y haremos felices a los demás y una sociedad distinta será posible. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34).

 Acoge con todo tu ser el amor que Dios te tiene. Permanece siempre anclado en esta certeza, la única capaz de dar sentido, esperanza y gozo a tu vida. “Su amor nunca se alejará de ti, Él nunca romperá su alianza de paz contigo” (Is 54,10). Si llegas a tener la certeza de que Dios te ama con un amor infinito, jamás vacilarás ni caerás en tu sendero, su Amor será tu cayado y baluarte; tu roca firme en la adversidad. El saberse amado por el Señor no quiere decir no tener problemas en la vida y que todo es fácil; no, sino que la certeza de sentirte amado te lleva a vivir la vida desde otra dimensión, porque ya no vives solo, sino habitado por el Amor trinitario. Dice la beata sor Isabel: “La Trinidad, he ahí la casa paterna de donde nunca debemos salir”.

“El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar;

aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,

porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”.

(Sal 22).
Sor Carmen Herrero Martínez


[1] “Déjate amar tal como tú eres”, son palabras de sor Isabel de la Trinidad escritas a su Priora, Madre Germana, poco tiempo antes de morir, palabras que muy bien podemos hacerlas nuestras.
Estas palabras de sor Isabel responden a un estado interior frecuente de la Madre Germana, que siendo una excelente religiosa, de profunda vida interior, estaba obsesionada con la idea de que no era fiel a su vocación por no responder con fidelidad a la llamada de Dios. Sor Isabel, que la conocía muy bien y la quería entrañablemente, en sus últimos días tuvo esta inspiración y le escribió: "Dios no te pide que le ames más que estos, sino que te dejes amar más que estos, así tal como tú eres” Bajo esta inspiración le escribirá el pequeño tratado espiritual: "Déjate amar", que Madre Germana deberá leer después de la muerte de sor Isabel de la Trinidad ante su féretro.
Este pequeño tratado es de una riqueza inmensa, en él me he inspirado para escribir estas páginas, siguiendo Las Obras Completas “Traités Spirituels”, Padre Conrad de Meester C.D, I. Tom. P. 193-199.
Una breve presentación de Sor Isabel de la Trinidad para aquellas personas que no la conocen: La Beata Sor Isabel, es una Carmelita Descalza que entra en el Carmelo de Dijon-Francia, a los veintiún años y muere a los veintiséis, cinco años más tarde, habiendo llegado a la cumbre de la vida mística. El Papa Juan Pablo II la beatificó el 25 de noviembre de 1984. Y el papa Francisco la canonizó el domingo 16  de octubre 2016.
Su vocación profunda es: “Ser acción de gracias y alabanza del Padre.” Vivió profundamente el misterio trinitario: mis Tres, como ella suele nombra a la Santísima Trinidad. Poco antes de morir dijo: “Mi misión en el cielo consistirá en atraer a las almas, ayudándolas a salir de sí mismas para unirse con Dios mediante un ejercicio sumamente sencillo y amoroso, y en mantenerlas en ese gran silencio interior que le permite imprimirse en ellas y transformarlas en Él”.
 
[2]. Las citas he siguiendo Las Obras Completas “Traités Spirituels”, del Padre Conrad de Meester C.D, I. Tom. P. 193-199.