viernes, 15 de diciembre de 2017

MARÍA , ACOGEDORA FIEL DE LA PALABRA ENCARNADA




MARIA, LA GRAN FIGURA DE ADVIENTO

María vivió el Adviento más profundo y real: la espera esperanzada de una madre encita que espera impaciente el momento del parto, el momento de dar a luz al esperado de los pueblos, al anunciado por los profetas.
 En María culmina la espera de Israel, porque en ella se encarna el anunciado de parte de Dios. María abrió su corazón y sus entrañas a la acción del Espíritu Santo en ella. María fue la llena de gracia para vivir intensamente la intimidad divina. “El Señor está contigo”, le dirá el ángel (Lc 1,28). Esta presencia de Dios en ella es la identidad de María. Dios está en ella y con ella. María, siendo una creatura, está tan unida a su Creador que es una misma cosa con él. Ella antes que Pablo pudo exclamar: “No soy yo es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Cristo vive en María y María vive sumergida en Dios. Si los místicos hablan del matrimonio espiritual, la primera creatura que lo vivió en toda su plenitud fue María. María es la mística por excelencia. María nos enseña a vivir el verdadero sentido del Adviento desde una dimensión de asombro, de gratitud, admiración y contemplación que acoge a Aquel que viene, que está a la puerta y llama y quiere nacer en tu corazón, en el mío, en el de todos. San Agustín afirma que María “concibió a Dios en su corazón antes que en su cuerpo.”
 María es la acogedora fiel de la Palabra hecha carne. Su propia sangre fue la sangre de Cristo. Por las venas de Cristo corre la sangre de María, Jesús se encarna, por obra del Espíritu Santo, en el seno de una doncella virgen. María hizo posible la primera Navidad. María, la joven maman, fue la primera en acoger los llantos del recién nacido, de sentir el latido de su tierno corazón y de estrecharlo en su regazo maternal con entrañas de madre, pura y virgen. Más tarde, también será María la última en acoger el último suspiro de su Hijo muriendo en una cruz como un mal hechor. Ella estará al pie de la cruz con la misma fe, firmeza, fortaleza y amor que cuando al ángel le anunció: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David. (Lc 1,30-32). Ante la evidencia de la muerte de su Hijo, ¿cómo seguir creyendo en las promesas del Ángel? ¡Profunda fe la de María! Pero la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ella como el árbol de la Vida. El cumplimiento del plan salvífico que Dios. En la cruz es donde realmente este niño nacido en Belén, llamado Jesús, se manifiesta como el Mesías y el Salvador de la Humanidad.
María nos enseña el camino para que Jesús nazca en nuestro proprio seno: fe incondicional en las promesas de Dios, confianza, entrega y fidelidad al plan de Dios. Porque Dios tiene un plan para cada uno de sus hijos.
Adviento, como ya hemos dicho, es tiempo de espera y esperanza. Porque en el seno de María crece el fermento de una vida nueva: el Hijo del Dios que se encarna y toma nuestra propia humanidad. “Dios se hace hombre para que el hombre se convierta en Dios” (San Irineo)
En Navidad nace el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, hecho niño, pobre, pequeño y necesitado. Numerosos son los hombres y mujeres con los que nos encontramos, necesitado de pan y de hogar, viviendo sin esperanza; para quienes el Adviento no tiene ningún sentido; porque tampoco la Navidad lo tiene para ellos. Al ejemplo de María, y con su ayuda, seamos hombres y mujeres de fe y confianza, para transmitir al mundo el júbilo del nacimiento de Jesús, el Mesías, el Salvador. Solamente él puede erradicar tantas y tantas miserias como hay en el mundo; tanto y tanto dolor. Ante la realidad concreta de la sociedad que vivimos, sembremos semillas de esperanza y amor para que la Navidad sea una realidad en todos los corazones.
Sor Carmen Herrero

domingo, 3 de diciembre de 2017

ANUNCIO DE ADVIENTO 2017


 
Sor Carmen Herrero
 
Adviento, ¡ya ha llegando! la espera y esperanza se visten de fiesta, de júbilo y alégrese para recibir Aquel que viene, el anunciado por los Profetas, el esperado de los pueblos, el Príncipe de la paz.

Un niño nace, un niño se nos ha dado, y él nos trae una vida nueva. Él es la justicia y el derecho; el árbitro de las naciones, consejero, príncipe de la paz.

Las gentes, alegres y jubilosas salen a su encuentro, otean el horizonte lleno de promesas, de esperanza y consolación.

Grandes y chicos se visten de fiesta, ataviados como una joven doncella, con sus mejores galas; se pasean por las calles con la belleza más digna y noble de quienes salen al encuentro de Aquel que, desde antaño esperan.

El traje más lindo y bello que visten es la espera paciente, enjoyados con la perla de la ESPERANZA. Esta joya que desde tiempos remotos los hijos de Israel la custodian y la aman, como a la hija predilecta salida de sus entrañas.

Los trajes de gala, de estas gentes, están formados por sus grandes deseos de ver a Aquel que los profetas anuncian después de siglos; y que ya está cerca, ya está llegando; al horizonte se percibe la estrella iluminando el camino que lleva al pobre portal de Belén donde el Rey de reyes, nacerá: El Emanuel, el Dios hecho hombre. ¡Misterio insondable, misterio de amor y entrega! “Dios hecho materia, para que la materia sea divinizada”[1]

Quienes queremos prepararnos, a la venida, de tan esperado y querido HUESPEZ, nos unimos a este gran cortejo de hombres, mujeres, ancianos, niños y jóvenes que representan la humanidad; dejándonos revestir de la belleza y profundidad interior que este cortejo nos transmite. Alégrate y danza de júbilo, sea cual sea tu situación y tu estado de ánimo, el Emanuel llega y viene a salvarte, a traerte la paz, el gozo y el amor.

Con este mensaje de esperanza nos disponemos a celebrar el Adviento. Tiempo de esperanzada, de gozo y alégrese en ese niño que nace y que su nombre es: Emanuel, Dios-con-nosotros.

El Adviento es un camino orante donde se va tejiendo la amistad; el Adviento es un encuentro con el Dios que sale en busca de la persona y la persona que va al encuentro con su Creador. Podemos decir que el Adviento es “ENCUENTRO” de DIOS con su creatura y de la creatura con su Dios. Haciéndose Dios hombre, eleva a la creatura a la categoría de Dios. ¡Maravilla de maravilla! ¿Quién la podrá comprender?

La poesía de San Juan de la Cruz sobre la Encarnación, puede iluminarnos este inefable misterio de Amor trinitario. Este gran místico que comprendió y vivió el misterio esponsal entre Dios y el alma.

ROMANCE SOBRE LA ENCARNACIÓN. [2]

Ya que el tiempo era llegado en que hacerse convenía
el rescate de la esposa,
que en duro yugo servía
debajo de aquella ley
que Moisés dado le había,
el Padre con amor tierno
de esta manera decía:

Ya ves, Hijo, que a tu esposa
a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había.
En los amores perfectos
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería;
que la mayor semejanza
más deleite contenía;
El cual, sin duda, en tu esposa
grandemente crecería
si te viere semejante
en la carne que tenía.
Mi voluntad es la tuya
justicia y sabiduría,
y la gloria que yo tengo
es tu voluntad ser mía.
Iré a buscar a mi esposa,
y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos,
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga,
yo por ella moriría,
y sacándola del lago
a ti te la volvería.
Entonces llamó a un arcángel
que san Gabriel se decía,
y enviólo a una doncella
que se llamaba María,
de cuyo consentimiento
el misterio se hacía;
en la cual la Trinidad
de carne al Verbo vestía;
y, aunque tres hacen la obra,
en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María.
Y el que tenía solo Padre,
ya también Madre tenía,
aunque no como cualquiera
que de varón concebía,
que de las entrañas de ella
él su carne recibía;
por lo cual Hijo de Dios
y del hombre se decía.
Y quedó el Verbo encarnado

en el vientre de María.


ANTE TAL MISTERIO, LA ADORACIÓN Y CONTEMPLACIÓN ES LA MAS PROFUNDA Y PALABRA.
 
 
 



[1]. San Máximo el Confesor.
[2] Poesía de San Juan de la Cruz “Romance nº 3, del nacimiento 16, 9  Obras completas de san Juan de la Cruz) Biblioteca autores cristianos.

jueves, 2 de noviembre de 2017

 
PERFIL DE UNA COMUNIDAD   CRISTIANA A PARTIR DE


LOS HECHOS DE LOS APOSTOLES 2, 36-47 
 
El taller de lectio “Palabra y Vida” quiere compartir, esta sencilla reflexión -fruto de la lectio- con el deseo de formar comunidades a imagen de la que nos propone este texto de los apóstoles.
 

Perfil de una comunidad cristiana, a partir de Hechos 2, 42-47; 3, 1-10.

La primera comunidad cristiana. Esta comunidad está formada por un grupo de personas convertidas, que han abrazado la fe predicada por los Apóstoles. La conversión les ha llevado al bautismo, el cual reciben en el nombre de Jesucristo. Y, Dios, a su vez, les otorga como don, el Espíritu Santo. Es una comunidad que está en camino de salvación, lejos de creerse que ya han llegado, y que ya está salvada. Es a partir de la experiencia, del don del Espíritu, que la comunidad se va construyendo con unas características propias:

1)      Una comunidad que se sabe heredera de una promesa, que no solamente le corresponde a ella sola, sino también a sus hijos y a todos los extranjeros que reciban la llamada del Señor.

2)      Una comunidad, abierta, a la universalidad de razas pueblos y naciones; llamada a la acogida y la evangelización, al anuncio de Jesucristo al mundo entero.

3)      Podemos decir que la constancia es una de las características de esta comunidad (constante, constancia). Sin la cual no podemos avanzar en el camino de la salvación.

4)      El compartir/repartir tiene una gran fuerza: “compartían en familia, con sencillez y alegría sincera” (v. 46).

5)      La oración, expresada de distintas maneras, tiene un lugar importante en la comunidad: partían el pan, es decir, en lenguaje actual: celebraban la eucaristía, a diario acudían al templo, con constancia e íntima armonía, estaban unidos. Juntos alababan a Dios. En esta comunidad vemos la importancia que le dan a la oración comunitaria y a la unidad. Esto indica la expresión de una comunidad viva.

6)      Vivian en mutuo acuerdo, todo lo compartían, lo que tenían lo ponían en común. Esta experiencia es la que vivimos en la vida monástica: todo se pone en común, no solamente el tener, sino el ser, el saber y el hacer, es decir los dones que Dios te ha dado para el servicio del bien común.

7)      La armonía y unidad elementos esenciales: vivían en un mutuo acuerdo. Testimonio evangélico de unidad.

8)      La escucha de las enseñanzas de los Apóstoles. Es una comunidad que se forma y se deja enseñar por los Apóstoles.

9)      Es una comunidad que tiene cierto atractivo, “arrastre”, capacidad de convocatoria. Pues dice el texto: “Toda la gente los miraba con simpatía” (v. 47).

10)   Y como respuesta a su manera de vivir y actuar, reciben la bendición de Dios con el “aumento” y “crecimiento” de la comunidad.

11)   Es una comunidad que se pone “a salvo de este mundo corrupto” (v. 40), para vivir de otra manera. “Padre no te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn 17, 15).

 
La manera de vivir y el resultado de esta comunidad, nos lleva a reflexionar y profundizar en nuestras comunidades eclesiales, parroquiales y también religiosas. Y, por supuesto, en nuestro propio compromiso bautismal. ¿Por qué nuestras comunidades no crecen sino que disminuyen?

 

      Ante esta visión comunitaria de las primeras comunidades:

      ¿Cuál es nuestro reto?



 

     
¿Qué hago yo para formar comunidad de fe y de celebración?

Más que nunca necesitamos de la comunidad para vivir la fe, en nuestros días es difícil de vivir la fe en solitario. Urge crear comunidades vivas donde se pueda celebrar, orar, compartir y festejar. El sentido festivo es importante en las comunidades. La unidad y la alegría dos valores que por ellos mismos evangeliza, atraen. Estamos llamados a formar pequeñas comunidades de vida donde podamos vivir la fe con gozo y entusiasmo y, tal vez, de esta manera seamos fermento en la masa.
Sor Carmen Herrero Martínez

viernes, 6 de octubre de 2017

LA AMISTAD COMO DON Y REGALO


LA AMISTAD COMO DON Y REGALO 


 

En un mundo tan comercializado, donde solamente cuenta el dinero, el poder, el tener y placer ¿Será posible vivir la amistad como don y regalo?
Los seres humanos necesitamos la amistad, y todavía más en un mundo tan individualista, fraccionado y depresivo como el que estamos construyendo.
Veamos algunas ideas sobre la gratuidad de la amistad y sus beneficios, e intentemos hacerlas propias, creando una cultura de gratuidad, de relación y de amistad.
La verdadera amistad es aquella en la que los amigos se ayudan a vivir su propia identidad en el propio estado de vida, desde el respeto, el cariño y la aceptación del otro, desde lo que él/ella es, piensa y vive.
La verdadera amistad es aquella que ayuda a crecer, a madurar, a caminar en libertad y seguridad. La verdadera amistad es y da todo eso y más.
La amistad es la puerta del corazón abierta de par en par, donde se puede entrar, sentir la acogida sincera del amigo, descansar al calor del “hogar” y reconfortado volver a emprender el camino, con una ilusión renovada.
La amistad es un abrazo sincero, entrañable, leal y cariñoso, que te vivifica y te llena de paz y dinamismo.
La amistad es una mano cálida, siempre abierta y tendida para acariciarte y consolarte
una mirada clara y penetrante que comprende, anima y transforma,
una sonrisa que acoge, alienta, comunica vida y entusiasmo.
una empatía que se une tanto a tu sufrimiento como a tu éxito y alegría
un encuentro gozoso en el que puedo ser yo mismo
una palabra que anima, reconforta y alienta desde el amor y la confianza.
La amistad también es corrección, realizada desde el amor y por amor.
La amistad ayuda a cuestionarte y a superarte; llevándote hacer la verdad en tu vida.
La amistad también es un aplauso, un elogio que te estimula, te da seguridad y te alienta en tu ser más profundo.
La amistad es un dar, un darse sin exigir nada a cambio. Y, a su vez, un saber recibir.
El dar y el recibir, dos verbos que construyen toda relación de amistad.
La amistad es una entrega sin buscar recompensa, un darse por el bien del amigo
La amistad es un amor fiel, discreto, puro y sencillo, como una cristalina fuente que mana y sacia la sed del caminante sin retenerlo, sin guardarlo para sí.
La verdadera amistad es don reciproco, sin ningún interés egoísta.
El amor más puro y leal, es el amor de la amistad.
Amistad, gratuidad y libertad, siempre van de la mano.
La amistad es admiración, profunda y discreta del amigo
La amistad es una fiesta.
La verdadera amistad no tiene precio, ¡es gratuidad! ¡Corre tras ella! Y ¡Cuídala!

domingo, 3 de septiembre de 2017

LUCHA POR UN MUNDO NUEVO


OH, DIOS, TODOS SOMOS TUS HIJOS AMADOS

 

Oh, Dios, Creador del Universo y de la Humanidad.

Todos venimos a ti como a nuestro único Creador.

Los hindúes te llaman Ohm, que significa el todo Poderoso,

los judíos te llaman Yahveh,

los cristianos te llaman Padre,

los musulmanes te llaman Alá.

Tú eres el Padre bueno y misericordiosos de todos tus hijos, aunque te invoquemos con nombres diferentes.

Todos somos hijos tuyos y formamos la misma familia universal, que es tu Creación, la hechura de tus tiernas y delicadas manos.

Padre, tú eres el Arpa, y nosotros somos las diferentes cuerdas de esa arpa que no siempre reproduce notas armoniosas y afinadas; pero seguimos siendo tus cuerdas, tu pertenencia, en ti estamos injertados, asidos.

Concédenos la gracia de vibrar al unísono, de no ser notas discordantes, que rompan la belleza y la armonía de tu Amor creador, de tu Amor bondadoso y misericordioso.

Y que la paz, la justicia, la unidad y fraternidad reinen en nuestros corazones y entre todos tus hijos, creados a tu imagen y semejanza, y así un mundo más humano y divino sea posible.

Somos diferentes, pero tu paternidad divina nos reúne y nos hermana. Tu encarnación es para todos, a todos has venido a salvar.

Debemos de sentirnos hermanos, que necesidad los unos de los otros, para construir un mundo mejor, más humano, más justo; desechando de nosotros los prejuicios, recelos y miedos que crean barreras, nos paralizan y nos alejan los unos de los otros. Ayúdanos a tomar conciencia de nuestra filiación divina, de nuestra paternidad común la cual debe llevarnos a sentirnos hermanos, a vivir la fraternidad universal.

Urge construir una sociedad donde reine la libertad y el respeto a las diferentes maneras de vivir la fe en ese Ser supremo, tal y como cada religión lo concibe.

Siendo todos, hijos tuyos, y miembros de la misma familia Universal, ayúdanos a sentirnos hermanos los unos de los otros, mensajeros de tu Paz, de Unidad y Fraternidad. Sembradores de reconciliación y de esperanza, con la certeza de que un mundo más justo y más bondadoso es posible, si cada uno se empeña en la construcción de una nueva sociedad donde el amor y la verdad se hagan realidad. “Vivir en verdad”, es urgente. La mentira arruina la conciencia del ser humano y de toda sociedad.

Cada persona es una piedra viva en la construcción de la sociedad, cada una es única e indispensable en esta tarea común de construir un mundo distinto del que nos toca vivir; de un mundo más humano donde los valores fundamentales sean visibles, vividos y respetados.

¡Qué bueno sería que la economía estuviese al servicio de todos, para el desarrollo de los países más pobres y personas más necesitadas. Y que los políticos viviesen su cargos como un servicio, como una entrega al pueblo que les ha elegido para la misión que desempeñan, o debieran desempeñar.

A los gobernantes de las naciones dales, Señor, la inteligencia y la sabiduría que les lleven a respetar, proteger y consentir a las diferentes creencias de los ciudadanos que son la riqueza de un pueblo, el patrimonio más precioso y “sagrado”, el cual merece un cuidado y respeto especial.

Querer borrar las creencias o reducirlas al ámbito privado, es una destrucción, y esta destrucción regenera represión, odio, venganza, guerras y muerte. Los políticos, ¿aprenderán un día a reconocer y respetar lo que realmente constituye la razón del ser humano? Desde los tiempos remotos las personas se han mostrado religiosas y creyentes. ¿Por qué oponerse con tanta saña a esta realidad grabada profundamente el ser de toda creatura?

Tengamos la esperanza de que un mundo mejor es posible, donde cada ciudadano pueda vivir en armonía consigo mismo, con sus creencias y con sus hermanos en humanidad; reproduciendo una misma y bella pieza musical en colaboración por el bien de todos, donde suene con brío y armonía los acordes de la tolerancia, la justicia, la paz, la amistad, la igualdad y la fraternidad. Deshechando la violencia, del tipo que sea, las gueras que tanto dolor humano generan.

Pero tengamos en cuenta que “quien te creo sin ti, no te salvará sin ti” (san Agustín).

Tu colaboración y la mía es necesaria, urgente, indispensable. Entonces, ¡pongamos a la obra sin tardar! El mundo grita para que surjan hombres y mujeres constructores de paz, tolerancia, concordia y fraternidad.

Y termino con el canto de “Santa María del Camino” de Juan Antonio Espinosa.

 
“Aunque te digan algunos que nada puede cambiar,

lucha por un mundo nuevo, lucha por la verdad.

Aunque parezcan tus pasos inútil caminar,

tú vas haciendo caminos otros los seguirán.”

*  *  *
Carmen Herrero Martínez

domingo, 30 de julio de 2017


    FRENTE AL MAR



“Tomar un nuevo vuelo de libertad”

Desde siempre tuve miedo al mar, su grandeza y majestad me intimidan; para mí el mar resultaba algo tan grandioso como infranqueable. Ante su inmensidad me sentía tan pequeña e impotente, que me refugiaba en el miedo y temor. Desde siempre he preferido la montaña, pues la montaña la encuentro más “abordable” para mí; me da más seguridad y confianza. Ante el mar me pasa como a Pedro: tengo miedo de hundirme, de caer en el vacío. El vacío, siempre ha sido para mí una sensación de pánico, difícil de explicar. El vacío y la nada van juntos, y esto, me horroriza. ¡Misteriosa realidad! ¡Sólo de pensarlo me entra vértigo! Esta nada y vacio, nada tiene que ver con “las Nadas” de San Juan de la Cruz que, justamente, es un vaciarse de todo aquello que llena el espacio de nuestro ser, para dejarlo más “limpio”, más “puro” “sin nada”, con el fin de que sea Dios, y sólo Dios, quien lo llene; y de esta manera vivamos de su plenitud, de su Presencia. Entonces ya no hay vacio, pues Su Presencia llena plenamente la capacidad de la creatura.

Este tiempo, viviendo a la orilla del mar, en mí se ha cambiado el miedo y temor en la admiración de su grandeza, en la contemplación de su belleza, esa belleza que recibe de su Creador. Para adentrarme mar adentro, he tenido que pasar muchas horas contemplando su inmensidad, pasearme junto a él y sentir la brisa suave de sus olas impregnadas de fragancia frescura y suavidad; para que en mí se realizase esta transformación y cesase el miedo y termo. El hecho de vivir cierto tiempo a orillas del mar ha hecho que se diese ese cambio, aunque para mí, la montaña sigue teniendo su prioridad.

Cuando escribo estas líneas me encuentro junto al mar, en la puerta de la ermita de san Roque, Garachico, Tenerife. Hace un día maravilloso, primaveral y no me he resistido a la “tentación” de dejar mi ordenador, es decir, mi trabajo, para concederme el “regalo” de estar cerca, mirar, contemplar y admirar el gran espectáculo que resulta la alta marea, ¡algo extraordinario! Me entusiasma contemplar esos cambios que a lo largo del día pueden realizarse en el mar.

Contemplo las diferentes tonalidades de azul tan distintas, las cuales se fusionan y se unen en el lejano horizonte, allá a lo lejos, dando la impresión de fundirse en el azul celeste del cielo, con sus nubes lejanas como relieve de esas diversas tonalidades que se difunden en una mismo lienzo, resultando como un maravilloso encaje tejido por las manos más finas y delicadas de su Pintor.

El mar está bravo, las olas alcanzan hasta la orilla y acarician todo mi ser. Sensación inexplicable, en este maravilloso marco de belleza a la que se unen las sencillas palomas y elegantes gaviotas para acompañarme y romper mi soledad. Unas están entretenidas picoteando en las orillas y arrastrándose entre las arenas, otras en cambio, se elevan de la arena de una manera decidida, de terminada y elegante para escalar las alturas y así lograr la libertad.

La vida en el muelle, en las orillas, es demasiado monótona y vulgar, para aquellas gaviotas que se sienten llamadas a volar alto, para aquellas que buscan horizontes de libertad, plenitud e inmensidad. Por eso, ciertas gaviotas se arriesgan a volar alto, kilómetros y kilómetros, a lo largo y ancho del océano, aunque no sepan con certeza el riesgo que ello supone ni donde un día podrán aterrizar. Poco importa el riego, el cansancio, las contorsiones de sus alas y de su ser entero. Lo que importa es emprender un nuevo vuelo, experimentar un halo de libertad que les lleve al encuentro con la Roca que es Cristo, y en ella poder descansar.

Por supuesto que me siento plenamente identificada con estas gaviotas que han emprendido el vuelo. Yo también tengo ansias de libertad, de altura, de horizonte que me lleve a la plenitud, a la inmensidad, la cual, una no sabe si está en las alturas o en las profundidades o, tal vez, en las dos, porque Dios está en todas la partes, también en el muelle, junto aquellas gaviotas que nunca lograrán vuelos de libertad.

Lo que cambia es el destino de cada gaviota, porque para cada una es distinto; pues mientras a unas les basta y se conforman con quedarse en el muelle, entretenidas en comer “las migajas que caen de la mesa”, pasando así las horas y los días de manera monótona y sin mayor interés ni aliciente; las otras, en cambio, prefieren arriesgarse y emprender un nuevo vuelo, el vuelo de la “aventura”, pese al riesgo que él supone. En efecto, el vuelo las aleja del muelle, sin tener la certeza de adónde el “viento” las puede llevar. Poco importa, lo importante es arriesgarse a emprender el vuelo, un nuevo camino, con la certeza de que todo camino lleva a un término. Quien no se arriesga nunca hace camino y como dice nuestro poeta: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Ahora bien, ese camino se hace en tierra, pero cuando se camina entre el mar y el cielo, ¿qué camino hacer? ¿Qué huellas seguir? ¡Pobres gaviotas! Extenuadas del camino, con sus alas heridas por el viento, y su cuerpo maltratado por las lluvias torrenciales y el sol radiante ¿cómo seguir volando? La sola y única seguridad la tienen en aquella gaviota que las guía con sabiduría e inteligencia y en la que han puesto toda su confianza, esa gaviota se llama: Espíritu Santo. Con él están seguras de llegar al buen puerto, al puerto donde podrán saciarse de aquello que fueron a buscar: horizontes de libertad, amistad, belleza, inmensidad, amor, plenitud, en definitiva eternidad: Dios, pues, el termino de todo camino es El, el hogar, la casa paterna y materna que nos espera para acogernos con inmenso amor y ternura al atardecer de nuestro vuelo.

Ante tal certeza, ¿qué puede importar el riesgo? ¿Por qué temer a las heridas de nuestras alas hechas añicos por la lucha y el desgaste del camino, si al final de la meta nos aguarda ese hogar cálido y acogedor, donde podremos descansar de todos nuestra fatigas y gozar de la visión y la unión plena de Aquel por el cual hemos emprendido el vuelo, desde la esperanza y el amor gozoso del encuentro?

Vivir en “las alturas” da otro horizonte, la vida se ve y se vive de muy distinta manera, con más profundidad y, a la vez, con un cierto relativismo  pues, se va a lo esencial. Desde las alturas la perspectiva de las cosas y acontecimientos cambia, y de alguna manera ya se goza de la nueva ciudad que nos espera: la Ciudad Santa, (cf. Apocalipsis, 21,1ss), la Jerusalén celeste, toda bella y armoniosa, con sus preciosas piedras cristalinas, sus lámparas de zafiro, y en medio del trono se encuentra el Cordero, Amor del alma, Aquel por quien las gaviotas emprendieron el vuelo.

Es evidente que la meta de las gaviotas está en encontrarse con el Amado, aunque para ello tengan que pasar por todas las inclemencias y adversidades “meteorológicas” del tiempo, de la noche, para llegar al alba del encuentro feliz.

Volar alto no significa desentenderse de la vida concreta que nos toca vivir, no, todo lo contrario; volar alto significa vivir la vida desde otra dimensión, dándole otra profundidad y altura. Volar alto significa alcanzar la libertad de los hijos de Dios, vivir las exigencias evangélicas y, de alguna manera, ayudar a otras “gaviotas” a que también emprenda el vuelo de la libertad, del amor, de la entrega y de la felicidad.

Quisiera ser como esas gaviotas que se arriesgan a emprender el vuelo de la libertad, de la inmensidad que les espera. ¡Poco se avanza quedándose en el muelle! Únicamente emprendiendo el vuelo es como se puede alcanzar las alturas, vencer la mediocridad, la superficialidad, la rutina del muelle y lograr meta de santidad, de plenitud. Esa plenitud que, de alguna manera, nos hace gustar, ya en el tiempo, los majares exquisitos que nos aguardan en el banquete de las bodas del Cordero; pero para ello no nos conformemos con pasarnos la vida en el mulle, emprendamos el arriesgado y gozoso vuelo de la Libertad.

CUANDO LA GABIOTA TIENEN EL IMPULSO DE VOLAR A LAS ALTURAS,
 

IMPOSIBLE DE RASTREARSE POR EL MUELLE.
 
Carmen Herrero Martínez

domingo, 14 de mayo de 2017

BUSCA LA PAZ Y CORRE TRAS ELLA


Todos los seres humanos buscan y desean la paz.


 Busca la paz y corre tras ella (Salmo 34,15)

Todos los seres humanos buscamos y deseamos la paz. Ella es un tesoro, un estado interior que nos da equilibrio, serenidad y armonía. ¿Quién no desea adquirir, vivir y permanecer en paz, en la paz? Las expresiones, familiares, como: “déjame en paz”, “no me quites la paz”, “quiero vivir en paz”. Expresan la importancia que la paz tiene para las personas. Dice San Agustín: “La paz es un bien tan grande que no puede poseerse otro mejor ni poseer otro más provechosos”. La paz es un tesoro y como todos los tesoros difícil de alcanzar; pero no imposible. Basta querer conseguirlo y darse los medios.
Vivimos en un mundo donde la paz está ausente: conflictos entre las familias, en el mundo laboral, social y entre vecinos; en las comunidades de creyentes y en la misma Iglesia; y no digamos entre las distintas religiones… Todo parece que sea piedra de tropiezo para provocar la discordia, la división y el alejamiento de unos de otros, en definitiva, la perdida de la paz. Y mirando a nivel mundial, vemos los países que están en guerra unos contra otros; con todo lo que esta guerra armada supone de sufrimiento, destrucción y desestabilización de las personas, en definitiva de pérdida de la paz, de estabilidad y bien estar de los pueblos. A todo esto se le añade el terrorismo, azote que tanto desestabiliza a las naciones y tanto sufrimiento conlleva; tantas familias heridas para siempre.
Pero, ¿qué hacer y cómo proceder para ser instrumentos de paz en un mundo en continuo conflicto? Cuando la paz se quiebra, sea a nivel que sea, no podemos echarle toda la culpa al otro ni únicamente a los acontecimientos; pues yo también tengo mi parte de responsabilidad, y si no lo reconozco estoy acentuando el conflicto y la discordia; sin jamás darme la oportunidad de llegar a la reconciliación, tan necesaria para la paz. Echando la culpa a los demás no podemos avanzar por el camino de la paz. Reconocer los errores, los fallos y desaciertos, e incluso la omisión, es un comenzar a reconstruir la paz a nuestro propio nivel y entorno. La paz se quiebra fácilmente, rehacerla es mucho más difícil, todo un arte que requiere tiempo y paciencia y empeño. Dice el salmista. “Busca la paz y corre tras ella dice el salmista” (Sal 34,15).

La paz tan querida y buscada es frágil y quebradiza… De aquí nuestro desvelo y cuidado en cultivarla. La paz requiere una vigilancia esmerada tanto para que reine en mí propio interior, como para que reine en mi contexto familiar, social, laboral y político etc. “Trabajen, oren, hagan todo lo posible por conseguir la paz; pero recuerden que la paz no es nada sin el amor, sin la amistad, sin la tolerancia”. Esto se les decía el papa Francisco a los africanos de Bamgui el 29 de noviembre 2015. El amor, la amistad y la tolerancia. Tres palabras fundamentales para que la paz reine en los corazones y entre las naciones.

Jesús nos ha dejado su paz, «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón» (Jn 14, 27). Tal vez, nuestros conflictos, radican en que no nos apoyamos en la paz que nos ha dejado Cristo, y lo que intentamos es construirla a nuestra manera, a la manera del mundo: superficial y pasajera. Por eso se turba nuestro corazón, porque la confianza la ponemos es nosotros mismo, y la realidad es que por nosotros mimos no llegamos a alcanzarla y menos a trasmitirla y hacer que sea estable.
En la Biblia, la paz implica estar en completa y en permanente armonía con Dios, consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. Por tanto, la paz incluye bienestar, salud, justicia, bendición, seguridad, riqueza, amistad, felicidad, salvación; esa es la paz que nos ofrece Jesús. En la celebración de la eucaristía, antes de la comunión, compartimos esa paz de Jesús. Darse la paz en la celebración litúrgica, no es un gesto de buena educación: el Señor nos da su paz con la condición de que todos nos convirtamos en anunciadores, transmisores y constructores de paz, de Su paz.

 Jesús nos comunica y nos deja su paz. No es una paz cualquiera. Es una paz que debe cambiar nuestra manera de pensar y de vivir como hermanos uno de otros. Como cristianos estamos llamados a ser anunciadores de esta paz, sembradores del amor, constructores de fraternidad, de libertad y de justicia; sin las cuales la paz no es posible. Cada uno a su manera y en su entorno propio, seamos sembradores y constructores de paz. ¡Qué maravillosa misión en medio de este mundo tan hambriento y sediento de paz!

Y termino con las palabras de San Juan Pablo II. que decía: “la paz exige cuatro condiciones esenciales: Verdad, justicia, amor y libertad”.
Oremos sin cesar para que Cristo resucitado nos alcance Su paz, para el mundo, para las familias y para cada uno de los que formamos este maravilloso planeta que es Nuestra Madre Tierra.