VIVIR RECONCILIADOS
Cada año, la cita del 18 al 25 de enero, marca una semana de encuentros ecuménicos, celebraciones litúrgicas, conferencias, coloquios y encuentros amistosos. Todo ello es un regalo, la gracia desbordante del Espíritu Santo que año tras año nos “empuja” a avanzar por este camino de la unidad, de la comunión, no siempre fácil, pero si esperanzador. Lo importante es avanzar, pese a que todavía hay ciertos obstáculos que nos dificultan la unidad plena y visible de todos los cristianos. El tema de este año es: “Reconciliación”. “El amor de Cristo nos apremia” (cf. 2 Co 5, 14-20). Meta y tarea apasionantes.
La semana de oración por la
unidad, en este año 2017 está marcada por la celebración de los 500 años de la
Reforma protestante. Un acontecimiento sumamente importante para la Confesión
luterana, y también para la Iglesia católica y para las diversas confesiones y
comunidades eclesiales. La Comisión Luterano-Católico Romana sobre la Unidad ha trabajado con
desvelo para llegar a un entendimiento compartido de la conmemoración de la
Reforma. Su importante informe “Del
conflicto a la comunión” nos
lo demuestra. Hace 50 años, antes del Concilio Vaticano II, era
increíble poder imaginarse este enfoque y orientación pastoral. Él
abre caminos de unidad, siempre que cada uno lo acojamos desde una postura de
conversión, de perdón y de sanación de las heridas ocasionadas por ambas
partes. Como dice el Papa Francisco: “No
podemos cancelar lo que ha pasado, pero no queremos permitir que el peso de las
culpas siga contaminando nuestras relaciones”[1]. La presencia del papa Francisco en Suecia para
inaugurar, junto con
la Confesión Luterana, el 500 aniversario de la Reforma es un hecho que marca la
historia y las relaciones ecuménicas entre luteranos y católicos. Y por ello
damos gracias a Dios-Padre quien promueve los corazones y las conciencias en
este avance ecuménico.
Por
poca sensibilidad que se tenga, en lo que supone la división entre los
cristianos, creo que la mayoría deseamos y queremos la unidad; como en una
misma familia que todos sus miembros aspiran y cooperan para que la unidad sea
una realidad. Desde este principio no se puede sino desear y suplicar a Aquel
que todo lo puede que conceda a los cristianos la unidad tan deseada. Pero, ¿qué
medios nos damos, la gente sencilla, los de la base, que lloramos en secreto
este gran pecado que es la división, para conseguirla? Porque si bien es verdad
que el camino realizado es inmenso; todavía queda mucho para poder participar
todos de la misma mesa eucarística que es la unidad plena y visible de la Iglesia
de Cristo.
Unos de
los medios al alcance de todos, a mi parecer, es la lectura orante de la palabra
de Dios, la lectio divina; porque cuanto más nos acerquemos a la palabra más
cerca estaremos de Dios y más cerca estaremos los unos de los otros; y los
muros de la división se irán derrumbando, cayendo por sí solos. Porque la
Palabra es viva y eficaz y ella nos lleva a la conversión y a la purificación
de todo aquello que no es Dios. Cuanto más nos dejemos transformar por la Verdad
de la Palabra tanto más viviremos en comunión con Dios, y los unos con los
otros. Ya que la Palabra nos ayudará a hacer la verdad en nuestra vida y de la
verdad nacerá la unidad.
Otro
medio muy importante asequible a todos, es la oración por la unidad. El padre
Paul Couturier, un gran profeta del ecumenismo de siglo XX promueve: “el ecumenismo espiritual.” La oración
hecha con fe mueve montañas. El Padre Congar dirá de Paul Couturier: “La gracia y la vocación del sacerdote Paul Couturier
fue abrirle al ecumenismo el camino espiritual, darle su corazón de amor y de
oración.”
A los
cristianos, nos urgen la toma de conciencia del escándalo que supone la
división entre las diferentes confesiones. Un reino dividido, no tienen fuerza
en sí. Esto es lo que nos está pasando a los cristianos: la división nos lleva
a perder credibilidad en el mensaje que predicamos. Lo dice el papa Francisco
en “Evangelii gaudium” (cf nº 244, 246). No nos lamentemos, pues, de que
muestras iglesias estén vacías y de que los jóvenes no vengan. Más que
lamentarnos tendríamos que interrogarnos: ¿cuál es la causa de que nuestras
celebraciones no tengan capacidad de convocatoria?
La
división es un gran pecado, y el pecado siempre lleva a la esterilidad, a la
muerte. La unidad, en cambio, siempre es fecunda, atrayente y portadora de vida.
La unidad tiene la capacidad de convocar, de hermanar, de crear redes de
comunicación y fraternidad. En ella misma radica el gozo, la serenidad y la
paz. Como dice el salmista: “Vez qué
dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos” (Sl. 132, 1).
Una
comunidad unida atrae, porque transmite este valor fuertemente deseado por todos,
el cual no se encuentra ni en la sociedad ni en la Iglesia, ni en las familias;
y mucho menos en las estructuras, políticas e instituciones. La división es un
pecado generalizado que roe y ruina toda relación, estructura y crecimiento,
social y espiritual. La división es como la carcoma, que va haciendo su trabajo
de destrucción, y cuando uno se da cuenta el remedio es difícil de aplicar.
La
unidad es un valor “artesanal”, que requiere un cuidado exquisito, una buena
dosis de humildad y de amor. Tan delicada es la unidad que fácilmente se
quiebra, se rompe y se hace añicos. Y cuando una vasija de vidrio se hace
añicos, ¿quién podrá reconstruirla de la misma manera, sin que queden cicatrices
de las heridas causadas, resentimientos y frustraciones? Esta vasija original,
algo ha perdido de ella misma y necesitará su tiempo para hacer el duelo y
reconstruirse de nuevo con el mismo esplendor. Imagen que nos habla de la
división-unidad en la Iglesia de Cristo.
Vemos
los siglos que llevamos con rupturas y divisiones eclesiales, si bien a la
división se llega fácilmente; ¡qué trabajo está costando la reunificación de la
“vasija”, de la Iglesia de Jesús! Por muchos encuentros, acuerdos, declaraciones
comunes de unas confesiones y de otras, de acercamientos en el proceso
ecuménico muy positivos; pero sin llegar todavía a la comunión plena y visible
de la única Iglesia de Cristo.
Hemos
de reconocer que el camino realizado y los puentes tendidos hacia la unidad son
enormes y maravillosos; y por ello damos gracias a Dios. Pero no hemos de conformarnos
con lo ya realizado, con los logros alcanzados, sino que siempre hemos de
tender a conseguir la unidad perdida, porque es el gran deseo de Cristo, el
legado que él nos dejo: “Padre, te ruego para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que
también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 21).
En
medio de las rupturas más significativas de la Iglesia, a lo largo de la
historia, siempre ha habido personas que se han destacado, de manera profética,
en el campo ecuménico, trazando un camino de comunión. Gracias a ellas, que han
tenido el coraje de denunciar el escándalo que supone la ruptura de las
Iglesias, y la desobediencia al evangelio de Cristo, la unidad ha avanzado y
sigue avanzando hacia la comunión tan deseada. Nombrar a todas estas personas
no es posible, pero si quiero destacar algunas muy significativas tanto de unas
confesiones como de las otras: Empezando por el papa Juan XIII, promotor del
Concilio, el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras; el primer encuentro con
Pablo VI en el año 1964 en Jerusalén, que marcó profundamente las relaciones ecuménicas
entre católicos y ortodoxos. Recordemos esa imagen del abrazo entre el papa
Pablo VI y el patriarca Atenágoras, y guardemos en memoria la frase del
Patriarca: “Es más lo que nos une que lo
que nos separa.” Con este encuentro empezó un camino de dialogo fraterno
que conduciría a levantar las mutuas excomuniones después de la separación en 1439.
El Hno.
Roger de Taizé, otro gran profeta de la unidad. Taizé, se ha convertido en el
lugar de los jóvenes y para los jóvenes de Europa. ¿Por qué Taizé tiene este
atractivo y capacidad de convocatoria para los jóvenes, e indudablemente para
todos? Tal vez porque su fundador supo, desde el principio dar a ese lugar un
alma, y un alma de comunión desde el evangelio. Él mismo dice: “Cristo vino a
la tierra, no para crear una nueva religión, sino para ofrecer a todos una
comunión con Dios y con todos los seres humanos”[2].
Este es el verdadero ecumenismo, la meta de toda unidad: vivir en comunión con
todos.
¿Cómo
no recordar a Chiaria Lubich, esta gran mujer, fundadora de los Focolares, el
Movimiento laico que más trabaja por la unidad de las Iglesias y que viven una espiritualidad
de comunión? Y terminamos con el Papa Francisco quien nos invita con fuerza y
convicción a caminar hacia la unidad. Conocidos son sus pasos hacia las
diversas confesiones, su humildad y palabras de aliento para seguir caminando
hacia la comunión.
Quiero terminar con
las palabras del papa Francisco en la oración ecuménica común en la Catedral
Luterana de Lund, (Suecia): “Luteranos y católicos rezamos juntos en esta
Catedral y somos conscientes de que sin Dios no podemos hacer nada; pedimos
su auxilio para que seamos miembros vivos unidos a él, siempre necesitados de
su gracia para poder llevar juntos su Palabra al mundo, que está necesitado de
su ternura y su misericordia.”
Sor Carmen Herrero Martínez
[1] Papa Francisco al presidir en la Basílica de San Pablo en Roma la misa
en recuerdo de la conversión de Saulo de Tarso (lunes 25
de enero 2016).