viernes, 15 de diciembre de 2017

MARÍA , ACOGEDORA FIEL DE LA PALABRA ENCARNADA




MARIA, LA GRAN FIGURA DE ADVIENTO

María vivió el Adviento más profundo y real: la espera esperanzada de una madre encita que espera impaciente el momento del parto, el momento de dar a luz al esperado de los pueblos, al anunciado por los profetas.
 En María culmina la espera de Israel, porque en ella se encarna el anunciado de parte de Dios. María abrió su corazón y sus entrañas a la acción del Espíritu Santo en ella. María fue la llena de gracia para vivir intensamente la intimidad divina. “El Señor está contigo”, le dirá el ángel (Lc 1,28). Esta presencia de Dios en ella es la identidad de María. Dios está en ella y con ella. María, siendo una creatura, está tan unida a su Creador que es una misma cosa con él. Ella antes que Pablo pudo exclamar: “No soy yo es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Cristo vive en María y María vive sumergida en Dios. Si los místicos hablan del matrimonio espiritual, la primera creatura que lo vivió en toda su plenitud fue María. María es la mística por excelencia. María nos enseña a vivir el verdadero sentido del Adviento desde una dimensión de asombro, de gratitud, admiración y contemplación que acoge a Aquel que viene, que está a la puerta y llama y quiere nacer en tu corazón, en el mío, en el de todos. San Agustín afirma que María “concibió a Dios en su corazón antes que en su cuerpo.”
 María es la acogedora fiel de la Palabra hecha carne. Su propia sangre fue la sangre de Cristo. Por las venas de Cristo corre la sangre de María, Jesús se encarna, por obra del Espíritu Santo, en el seno de una doncella virgen. María hizo posible la primera Navidad. María, la joven maman, fue la primera en acoger los llantos del recién nacido, de sentir el latido de su tierno corazón y de estrecharlo en su regazo maternal con entrañas de madre, pura y virgen. Más tarde, también será María la última en acoger el último suspiro de su Hijo muriendo en una cruz como un mal hechor. Ella estará al pie de la cruz con la misma fe, firmeza, fortaleza y amor que cuando al ángel le anunció: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David. (Lc 1,30-32). Ante la evidencia de la muerte de su Hijo, ¿cómo seguir creyendo en las promesas del Ángel? ¡Profunda fe la de María! Pero la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ella como el árbol de la Vida. El cumplimiento del plan salvífico que Dios. En la cruz es donde realmente este niño nacido en Belén, llamado Jesús, se manifiesta como el Mesías y el Salvador de la Humanidad.
María nos enseña el camino para que Jesús nazca en nuestro proprio seno: fe incondicional en las promesas de Dios, confianza, entrega y fidelidad al plan de Dios. Porque Dios tiene un plan para cada uno de sus hijos.
Adviento, como ya hemos dicho, es tiempo de espera y esperanza. Porque en el seno de María crece el fermento de una vida nueva: el Hijo del Dios que se encarna y toma nuestra propia humanidad. “Dios se hace hombre para que el hombre se convierta en Dios” (San Irineo)
En Navidad nace el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, hecho niño, pobre, pequeño y necesitado. Numerosos son los hombres y mujeres con los que nos encontramos, necesitado de pan y de hogar, viviendo sin esperanza; para quienes el Adviento no tiene ningún sentido; porque tampoco la Navidad lo tiene para ellos. Al ejemplo de María, y con su ayuda, seamos hombres y mujeres de fe y confianza, para transmitir al mundo el júbilo del nacimiento de Jesús, el Mesías, el Salvador. Solamente él puede erradicar tantas y tantas miserias como hay en el mundo; tanto y tanto dolor. Ante la realidad concreta de la sociedad que vivimos, sembremos semillas de esperanza y amor para que la Navidad sea una realidad en todos los corazones.
Sor Carmen Herrero

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