domingo, 15 de diciembre de 2024

 

ADVIENTO: TIEMPO DE ESPERA 

ESPERANZADA


Un año más celebramos un nuevo Adviento preñado de espera esperanzada, de expectación y alegría; porque en el seno de una doncella, María de Nazaret, crece el germen de un mundo nuevo: el Hijo de Dios encarnado, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. “Y que Dios se hace hombre y que el hombre Dios sería” (San Juan de la Cruz).

La palabra adviento - advenimiento viene del latín y, quiere decir LLEGADA SOLEMNE, VENIDA; pero una venida importante, no una venida cualquiera. Ante tal venida estamos invitados a prepararnos con solicitud y alegría para acoger a aquel que viene, es decir, a Jesús, al Emmanuel, el Dios encarnado. El Adviento es como un camino que vamos recorriendo con vigilancia gozosa a través de las cuatro semanas litúrgicas, que preceden al 24 de diciembre, acompañados de las lecturas bíblicas que la Iglesia nos propone para la celebración litúrgica. La palabra de Dios nos guía con sabiduría por el camino de la espera esperanzada, gozosa, que nos lleva hasta el establo en Belén. Allí es donde acaece el mayor acontecimiento de la Historia: el nacimiento del Hijo de Dios, el Emmanuel. “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer” (Gal, 4,4). Y el apóstol Juan describe con una gran profundidad: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y tocaron nuestras manos, acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros lo hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos” (I Jn 1,1-3). Y Benedicto XVI dice: “El acontecimiento central de nuestra fe es que Dios-Amor ama tanto al mundo (a nuestro mundo) que le ha enviado a su Hijo… Jesucristo, este Niño Jesús que nos nace, es el Amor de Dios encarnado”.  

El Adviento es un tiempo para vivirlo desde la contemplación y la acción de gracias al Padre; porque “Jesús se hace uno de nosotros, en todo, excepto en el pecado” (Heb 4,15). Jesús es el enviado del Padre, el Salvador de la humanidad. La encarnación del Verbo es el gran regalo del Padre que se nos da en su propio Hijo, para que, en el Hijo, también nosotros seamos hijos por adopción y coherederos con Cristo (cf. Rm 8, 14ss). El misterio de la encarnación es tan inmenso que sobrepasa toda capacidad humana de comprensión. Solamente desde la fe, el amor y la adoración se puede “vislumbrar” lo que significa el inmenso amor de Dios por la humanidad, por cada una de sus creaturas creadas a su imagen y semejanza. (cf. Gn 1, 26-27).

Vivir el Adviento nos lleva a creer firmemente en la encarnación de Dios. En ese Dios que se hace niño y nace de una doncella llamada María, Hija de Israel. Y todavía más, esta fe me lleva a creer que Dios también se encarna en mi vida, en la vida de mis hermanos y en la historia; en el mundo de hoy, en medio de las pruebas y oscuridad por las que la humanidad atraviesa.

El hecho histórico de la encarnación de Jesús se realizó en el pasado, en el ayer; pero en el hoy, y en el ahora, él se sigue encarnando, y si no acojo y vivo esta encarnación, no he comprendido lo que significa el Adviento ni la Navidad. El Adviento tiene que ser un encuentro personal con Dios encarnado en mi corazón, en mi vida, en lo cotidiano, en mis hermanos y en la historia. Si así vivo el Adviento, celebraré la Navidad en toda su profundidad, con júbilo, porque creo y confieso, desde la experiencia interior, que Jesús “Se hizo carne, para hacer de nosotros los poseídos de Dios. Se rebajó por bondad, para levantarnos a nosotros. Salió de su casa, para introducirnos en ella. Se apareció visiblemente a nuestros ojos, para mostrarnos las cosas invisibles” (San Gregorio Magno).

La alegría y júbilo, caracterizan el Adviento; porque esperamos un nacimiento, y todo nacimiento es causa de expectativa, de admiración y de alegría. Seamos, pues, capaces de preparar el camino al Señor, desde la espera gozosa. El ángel le dijo a María: “Alégrate, llena de gracia”, y esto mismo nos lo dice a cada uno de nosotros el Espíritu: ¡Alégrate!, el Señor está cerca, él viene y te trae su paz; él es tu Salvador, él te abre la puerta de la esperanza, de la misericordia y de la salvación. 

                                    ¡FELIZ NAVIDAD!

 

Hna. Carmen Herrero

lunes, 9 de diciembre de 2024

 

SÍMBOLOS LITÚRGICOS DE ADVIENTO


El Adviento, litúrgicamente, tiene sus símbolos propios:                La corona de Adviento, con las cuatro velas, y el tronco de Jesé también con sus cuatro velas, son dos signos propios de este tiempo litúrgico de Adviento. Litúrgicamente, el color morado es propio de este tiempo, salvo el tercer domingo de Adviento, llamado "Domingo de Gaudete" (Domingo de la Alegría), en el que la casulla que reviste el sacerdote es de color rosa, como signo de gozo, porque el Señor está ya cerca.

La corona se ha impuesto al tronco de Jesé; sin embargo, el tronco de Jesé es anterior, y además tiene un sentido bíblico. La corona de Adviento es de origen pagano, su inicio lo tiene en una tradición europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar el fuego del dios sol. Con esto, la deidad regresaría para brindar luz y calor a lo largo del invierno. Más tarde, este signo será cristianizado por el pastor Johann Wichern, luterano alemán, que comenzó a utilizar esta corona en 1838, para ayudar a los niños de una escuela que había fundado en Wichern. A la corona le ponía diecinueve velas rojas pequeñas y cuatro velones blancos. Encendían una vela pequeña cada día de la semana durante el Adviento, y los domingos, una de las cuatro velas grandes. Más tarde, la corona se fue introduciendo en la liturgia como símbolo de Adviento y se quedó solamente con las cuatro velas que representan las cuatros semanas litúrgicas que preceden a la Navidad.

El Tronco de Jesé es el nombre con el que se denomina al árbol genealógico de Cristo a partir de Jesé, padre del Rey David. La tradición del Árbol de Jesé está unida a la genealogía de Jesús y al plan de salvación. Tanto el evangelio de Mateo (1, 1-16) como el de Lucas (3, 23-38) narran la genealogía que parte de David para llegar a José, el esposo de María, cumpliéndose el sentido de la profecía de Isaías: "Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago" (Is. 11,1). “El árbol de Jesé es la única profecía del Antiguo Testamento que fue ilustrada literal y frecuentemente en diferentes disciplinas artísticas, técnicas y géneros: arquitectura, escultura, orfebrería, manuscritos ilustrados, frescos, pintura en tabla, mosaicos etc.”[1].

En la Edad Media se le dio una gran importancia al tronco de Jesé, de ahí su extensa iconografía en el arte. La liturgia de Adviento, en la tercera antífona de vísperas, llamadas las grandes antífonas dice: “¡Oh raíz de Jesé que estás como estandarte de todos los pueblos, en cuya presencia se callarán los reyes y te invocarán los gentiles! ¡Ven a salvarnos, y no tardes ya!” Desde el sentido bíblico tiene mucho más significado el tronco de Jesé que la corona de Adviento. Es una pena que se acepten tan fácilmente ciertos símbolos de origen pagano y se olviden aquellos cuyo significado es bíblico.

Durante el tiempo de Adviento, preparación inmediata a la Navidad, la imagen bíblica del "Tronco de Jesé" que reverdece, cobra una significación especial. La espera confiada en la venida del Señor significa "reverdecer", permitir que florezca la esperanza en mi corazón, dejando paso al germen de la Vida que pronto va a nacer y ser la LUZ del mundo que disipa toda tiniebla.

El gesto de encender, cada domingo, una de las cuatro velas significa que la vida se va abriendo camino en la corteza del tronco hasta la última semana que se da la explosión de la vida: “Un niño nos ha nacido, un niño se nos ha dado que será la LUZ que ilumine los corazones”. (Is. 9,6),

Para que los signos que acompañan la liturgia sean significativos, es esencial ponerlos en valor y destacarlos. Para ello se colocará en un lugar visible de la iglesia un tronco grande, revelador de lo que él mismo simboliza. Sobre el tronco desnudo, con las cuatro velas, que se irán encendiendo progresivamente durante las cuatro semanas de Adviento, al tiempo que vamos "adornando" el tronco, primero con hojas verdes y la última semana con flores, como anuncio de que la vida está a punto de nacer.

Esta apertura del árbol para dar paso a la luz, a la vida, deberá acompañar nuestro camino de Adviento. La celebración anual del Nacimiento del Señor exige de los cristianos una sincera apertura a la esperanza y a la renovación, al “reverdecimiento” interior, al desarrollo de la vida teologal y del espíritu de las bienaventuranzas; pues La vida que Cristo nos trae con su venida, no puede dejarnos indiferentes, ella nos ayuda a vivir el espíritu evangélico.  El Adviento, de la mano de sus personajes y textos bíblicos, trata de hacernos comprender que "algo nuevo está llegando", "Alguien" desea hacerse un hueco en nuestra vida para hacerla florecer y convertirla en luz radiante que ilumine a hermanos nuestros que caminan bajo la densidad de las tinieblas.

El profeta Isaías describe con entusiasmo la venida de Dios, él mismo viene a salvarnos, y en él y con él florece un mundo nuevo donde la tristeza y el llanto desaparecerán y el gozo y la paz serán realidad. (Isaías 35, 1-10).  A los lectores les invito a leer el texto de Isaías.

Adviento, Adviento,

arde una pequeña luz arde.

Primero una, luego dos,

luego tres, luego cuatro,

y el Niño Jesús está en la puerta.[2]

¡Feliz y bendecido tiempo de Adviento!

Hna. Carmen Herrero Martínez



[1] Ana María Brandolinien.  Sin categoría18 septiembre, 2023

[2] Canción infantil tradicional, de origen alemán y muy querida por los niños de este país

miércoles, 28 de febrero de 2024

 


 CUARESMA: RENACER A LA VIDA 

Cuaresma 2024. Este año la Cuaresma casi nos ha cogido de sorpresa, pues rápidamente hemos pasado de la Navidad a la Cuaresma, sin tiempo para disponernos a este cambio litúrgico que requiere una disposición interior distinta. El mensaje del papa Francisco para esta Cuaresma lo titula: “A través del desierto Dios nos guía a la libertad”. Conseguir la libertad es una de las metas de Cuaresma.  La Iglesia nos propone 40 días de desierto y nos acompaña con la liturgia, la Palabra, la oración y el ayuno hacia la verdadera libertad.

Jesús se retira al desierto a orar, y los cristianos estamos llamados a seguirle. Jesús sabe que el acontecimiento central de su vida se avecina y quiere disponerse para vivirlo desde el interior, en unión con su Padre. Jesús se prepara, para asumir su misión, desde la intimidad filial de Hijo totalmente abandonado en las manos de su Padre. En los evangelios vemos como Jesús, en su vida pública, se retira a orar a solas en los momentos de tomar decisiones importantes. Él nos enseña la importancia y la necesidad de orar a solas en unión con su Padre. La oración es muy buena consejera para discernir y tomar las decisiones a la luz del Espíritu. Además, la oración fortalece la voluntad para llevar adelante la misión que se nos ha confiado. La oración para el cristiano es luz y guía. Jesús no ora para hacer el vacío en sí mismo ni para encontrarse relajado y bien, como muchas de las corrientes de meditación de nuestro tiempo, sino para vivir la unión amorosa y abandono filial con su Padre.

La Cuaresma es, ante todo, una experiencia interior, mística. La Cuaresma va orientada a la transformación del corazón, a ese renacer de nuevo, a pasar de la muerte a la vida. Dice el papa Benedicto: “Con la imposición de la ceniza renovamos nuestro compromiso de seguir a Jesús, de dejarnos transformar por su misterio pascual, para vencer el mal y hacer el bien, para hacer que muera nuestro "hombre viejo" vinculado al pecado y hacer que nazca el "hombre nuevo" (Ef 4,22s) transformado por la gracia de Dios”.[1] Este es el verdadero sentido de la Cuaresma: dejarnos engendrar de nuevo por la acción divina del Padre que nos ama y quiere que renazcamos a la vida nueva por los méritos de su Hijo, muerto y resucitado por la salvación del mundo.

La Cuaresma es camino que nos conduce a la Pascua, el acontecimiento central de los cristianos. Todos estamos llamados a prepararnos para celebrarla en toda su plenitud. Pascua, paso, cambio de vida, conversión del corazón. Si así vivimos la Cuaresma en toda su profundidad, también viviremos con gozo el misterio Pascal.

La Cuaresma muy lejos de ser un tiempo de tristeza, todo lo contrario, es tiempo de gracia orientada hacia el futuro, es decir, hacia la Pascua, que es la alegría sin fin. Desde esta perspectiva pascual “podemos caminar, de pascua en pascua, hacia el cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido gracias al misterio pascual de Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza» (Rm 8, 24)”[2]. “Más que tristeza, que en Cuaresma se vea la alegría en los rostros, que se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese amor que hace nuevas todas las cosas, empezando por las más pequeñas y cercanas”.[3]

Hemos de decir que la Cuaresma no es un tiempo “folclórico religioso y turísticos”, la Cuaresma es algo más que las cofradías, procesiones y tambores etc.… Todo eso puede ser un medio para vivir y transmitir el verdadero mensaje de Cuaresma, de Semana Santa. Pero la Cuaresma es algo más profundo, más bíblico, místico y comprometido que todas esas manifestaciones exteriores, y que todo el arte que pueda procesionarse por las calles. El arte es didáctico, catequético, evangelizador, él puede ayudar a dar el salto de la representación a la vivencia del misterio que representa. De hecho, actualmente se está trabajando la espiritualidad de las cofradías para darles un alma, para unir la manifestación externa del misterio que celebramos con la vivencia interna de la fe.

Me atrevo a decir que estamos llamados a actualiza la vivencia cuaresmal en nuestras comunidades parroquiales, de manera creativa, dejando muchos ritos y prácticas piadosa que no tiene sentido para las nuevas generaciones, y centrándonos en lo esencial del misterio: en la Palabra encarnada que es Jesucristo. En él debemos poner nuestra mirada y nuestro corazón para seguirle y, con su ayuda, encarnar su compromiso de vida. Compromiso que le llevó a la cruz, a morir como un malhechor, y todo ello por puro amor y entrega incondicional para salvar al género humano.

 Uno de los mensajes de Cuaresma es aprender a amar como somos amados por Jesús. Si realmente vivimos este amor, la esperanza se abre cara un mundo nuevo: más humano, más justo y fraterno, donde podamos vivir la fraternidad universal de la que el papa Francisco habla frecuentemente, y sobre todo el evangelio. “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34).

 El proyecto de Jesús es comenzar aquí y ahora el “reino de Dios”. Toda la vida de Jesús está orientada hacer presente y estable el reino de Dios en el mundo, al interior de cada uno de nosotros. ¿No fue esto una de las razones por las que condenaron a Jesús? Vivir la Cuaresma nos lleva a encarnar el proyecto de Jesús en el mundo que nos toca vivir, a ser sus discípulos, discípulas, a proclamar el evangelio con toda nuestra alma. El proyecto de Dios para el cristiano es que llevemos el evangelio a la vida, y este mismo proyecto lo es también para la Iglesia y para todas las personas de buena voluntad.

 “Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad”.[4]

 Que el Espíritu Santo nos acompañe durante estos cuarenta días que nos llevan a la Pascua, y la podamos celebrar desde el júbilo de sentirnos salvados y resucitados con Cristo.

Hna. Carmen Herrero



[1]. Benedicto XVI, papa de 2005 a 2013. Audiencia general del 17/02/2010 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana). 

[3] Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2024

[4] Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2024

viernes, 16 de febrero de 2024

 

CUARESMA: CAMINO DE CUARENTA DÍAS 

Con la celebración del Miércoles de Ceniza -14 de febrero- comienza la Cuaresma. Cuaresma es tiempo de gracia y de misericordia de parte del Padre infinitamente bueno que constantemente invita a sus hijos al banquete Pascual. Cuaresma es un camino a recorrer con alegría y júbilo, porque nos conduce a la Pascua, a la resurrección de Cristo y en él y con él a nuestra propia resurrección. “Si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con Cristo” (Rm. 6,8).

Pero ¿cómo conducirse por este camino que nos lleva a la Pascua? Y ¿qué disposición interior debo tener para vivir en plenitud el misterio de muerte y resurrección con Cristo? Porque este es el verdadero sentido de la Cuaresma: un camino a recorrer con Cristo que nos lleva a identificarnos con él, para también resucitar con él. “En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo”[1].

Durante estos cuarenta días debemos conducirnos con dignidad, con esa dignidad que nos viene de ser hijos e hijas de Dios, amados del Padre desde toda la eternidad, y salvados en su Hijo, Jesucristo. Desde esta certeza caminaremos con esperanza, con la seguridad de que los obstáculos y dificultades que se presenten en el camino podremos superarlas, porque no caminamos solos, Jesús nos acompaña, además él es nuestro Camino. En Jesús pongo toda mi confianza, él es mi fortaleza, el cayado firme que me lleva a caminar a su lado con paso seguro y ligero; siempre mirando hacia adelante, sin volver la vista atrás, apoyando mis pasos sobre sus pasos y siguiendo su voz que me dice: “Tú, sígueme” (Jn 21,22).

Cuarenta días es un periodo un poco largo y, por lo tanto, hay que organizar la “intendencia” para el camino. Entonces, ¿qué provisiones poner en mi mochila para que este camino sea fácil de recorrer sin llevar demasiado peso a fin de poder llegar a la meta? Te indicaré algunas provisiones que te aligerarán el peso.

SOBRIEDAD

La primera condición para caminar, con presteza, consiste en que la mochila esté muy ligera de peso, lo que supone cierta sobriedad. ¿De qué sobriedad hablamos? Sobriedad en tus pensamientos, juicios, críticas, palabras hirientes, fantasías y desánimos. La sobriedad te llevará a ir a lo esencial, a tu realidad concreta, y esto pasa por la conversión del corazón. Déjate convertir y evangelizar las zonas más profundas de tu corazón. Reorganiza tu corazón de forma evangélica; deja que la gracia de Cuaresma entre en ti, te reconstruya desde el interior y te sane. Seguro que, si logras vivir esta experiencia de sobriedad tu caminar será más ligero y rápido, y tu alegría pascual será infinita.

La sobriedad te lleva vivir en la verdad, hacer la verdad en tu vida. “La verdad os hará libres” (Jn 8,32). Y ¿qué es la verdad? La verdad es Cristo, conocer a Cristo nos lleva a vivir en la verdad, pues no podemos conocer a Cristo y vivir en la mentira, en el pecado, en el desorden, en la esclavitud de tantos ídolos como nos acechan. La Cuaresma, ante todo, tiene que llevarte a un mayor conocimiento de Jesucristo, y el conocimiento te llevará al amor; Jesús tiene que ser el centro de tu existencia. Cuaresma: crecer en el conocimiento y en el amor a Jesús. ¡Qué bonito e interesante programa!

El conocimiento de Jesús te lleva al amor y el amor a la identificación. Como decía san Pablo: “Mi vivir es Cristo” (Fp. 1, 21). La Cuaresma tiene que ayudarnos, a nosotros, los cristianos, a identificarnos cada vez más con Cristo, y a partir de esta identificación podremos vivir esta muerte y resurrección que nos conduce a la Pascua.

DESIERTO

Vivir el desierto no como una ascesis sin alma, sino como una necesidad vital para estar a solas con AQUEL que me ama y quiere entablar una relación de amor conmigo: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2,4). Retirarse al desierto como necesidad de escucha amorosa y de estar a solas con Dios. Descubrir la mística del desierto, no quedarse solamente en la austeridad que él implica, sino descubrir con gozo lo que significa el encuentro con Jesús en lo más profundo de ti mismo. El desierto hemos de vivirlo no tanto como un lugar geográfico, sino como estado interior “donde se pasan las cosas más secretas entre Dios y el alma”. (Santa Teresa de Jesús).

ORACIÓN

La oración es el fruto del silencio y soledad del desierto, “acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración” dirá Teresa de Jesús. El desierto nos conduce a la soledad y a la escucha, y la escucha al amor, y el fruto del amor es la oración que transforma y une a Cristo y a los hermanos en humanidad. La oración que le agrada al Señor es la oración de un corazón sosegado, acallado, unificado; abierto y acogedor a Su presencia para vivir en su intimidad. No todos podemos retirarnos al desierto como lugar geográfico para orar; pero si podemos retirarnos -y debemos retirarnos- al desierto de nuestro propio interior. Es urgente para el equilibrio mental y espiritual vivir el desierto. Pues el desierto no es la ausencia de las personas, sino la presencia de Dios. Y orar es vivir en su PRESENCIA.

AYUNO

El ayuno es esencial en el seguimiento de Jesús y también para vivir una relación justa y armoniosa con los alimentos. No debo dejarme poseer por ningún alimento ni tampoco querer poseerlos. La justa relación con las cosas consiste en reconocer con gratitud su valor y su necesidad.  Como dice san Ignacio de Loyola: “Las cosas se usan tanto en cuanto me ayudan al fin perseguido”. El saber privarse, sentir la necesidad, y hasta el hambre material nos lleva a la libertad y a valorar las cosas que Dios ha creado para nuestras necesidades; y a pensar y ser solidarios con tantos hermanos nuestros que carecen de lo más esencial, en parte, por el mal uso que hacemos de los recursos de la naturaleza, de nuestro acaparamiento y de la posesión desmesurada de las cosas. Por ahí tendría que ir orientado nuestro ayuno.

Y siendo importante el ayuno material, mucho más importante es el ayuno del yo que me lleva a reconocer al hermano y a ser compasivo, a mirarlo con amor, por lo que él es y no por lo que representa. El ayuno del yo es el que realmente me libera de toda esclavitud, y me lleva a ver al otro en su propia realidad, y a ir a su encuentro. Esto es lo que no supo hacer el rico de la parábola de Lázaro (Lc 16, 19-31). Su pecado no está en que fuese rico, sino en la ignorancia de su hermano necesitado, porque ni lo miró ni lo vio a causa de su ceguera; y teniendo muchos bienes no fue solidario ni supo compartir sus riquezas con el indigente. Vivía al margen de Dios y -como consecuencia- no reconoció la necesidad de su hermano. El ayuno de mi yo me lleva a la purificación, a reconocer la necesidad del tú, del vosotros, y juntos caminar hacia la fraternidad universal, hacia el compartir de bienes, hacia la Pascua.

COMPARTIR

El compartir me lleva a salir del yo y a pensar en el tú, en nosotros. En mí nace la generosidad, el desprendimiento, el verdadero sentido de la pobreza evangélica; y, sobre todo, el sentimiento de comportarme como hermano con el hermano.

Quien sabe compartir nunca se empobrece, antes bien, se enriquece infinitamente. La sagrada Escritura nos lo certifica; pero también la vida misma. “El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; y el que siembra con abundancia, abundantemente cosechará” (2 Cor 9, 6-7).

Quiero terminar con las palabras del papa Francisco en su mensaje de Cuaresma 2021: “Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Esta llamada a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre”.

Hna. Carmen Herrero

 

 



[1] Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma 2021.