martes, 31 de diciembre de 2019

ES NAVIDAD


                                                             ES NAVIDAD CUANDO



“No tengáis miedo, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo:
hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”
(Lc 2,10-11).
      
Es Navidad cuando descubrimos que todo en la vida es gracia, don gratuito del amor del Padre que nos ama hasta el extremo de enviarnos a su propio Hijo, tomando nuestra propia naturaleza. Dios se encarna en la naturaleza humana, para que los humanos podamos acceder a la naturaleza divina.

Es Navidad cuando abandonamos nuestros individualismos, nuestras comodidades y caprichos; cuando tomamos conciencia de la realidad de muchos de nuestros hermanos que viven en la miseria, en la soledad y el abandono, sin dignidad alguna, y hacemos por ellos cuanto está a nuestro alcance. Tal vez un pequeño gesto que humaniza, una mirada que fortalece, una palabra que alienta, ayudándoles a recobrar toda su dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y salvados por Jesús encarnado.

Es Navidad cuando nos maravillamos y asombramos al descubrir dónde Dios está presente, dónde se encarna, en qué pesebre nace, sufre y vive marginado. Es Navidad cuando, ante estas situaciones de miseria que nos toca vivir diariamente, no nos quedamos con los brazos cruzados; sino que obramos desde el amor, la comprensión y la generosidad. La Navidad nos lleva a la acción activa en favor de los más necesitados, a todos los niveles. Poco importa el estatus de vida social, ya que la pobreza se reviste de muy diversas maneras. La Navidad no es, únicamente, unos días que el calendario litúrgico y civil nos propone; no, la Navidad se prolonga a lo largo y ancho de todos los días del año. Estamos llamados a descubrir la espiritualidad de la Navidad, el verdadero sentido teológico de la encarnación del Hijo de Dios. Dios se encarna para salvar al género humano en toda su dimensión. Y, a la vez, desea que cada uno nosotros nos impliquemos en esta maravillosa aventura que es la Navidad: don de sí y entrega incondicional al estilo del Emmanuel, el Dios-con-nosotros.

Es Navidad cuando vivimos en comunión los unos con los otros, cuando superamos las diferencias de raza, lengua, religiones y opciones políticas. Cuando el respeto, la tolerancia y la comprensión mutua, la vivimos como una ley natural que nos une a todos los seres humanos por encima cualquier diferencia. Porque la Ley común al género humano es la de amar y ser amado. ¿No es esta la verdadera Navidad? “Dios es amor”, dirá san Juan, y porque es amor se ha encarnado para enseñarnos a amarnos como él mismo nos ama. La Navidad es la construcción de la fraternidad universal, teniendo como guía a nuestro Rey y Señor, el Príncipe de la paz.

Es Navidad cuando recordamos, con amor y gratitud, a las “estrellas” que nos han guiado en el camino para llegar a donde hoy nos encontramos, y ser lo que, efectivamente, somos. Especialmente tenemos presentes a nuestros padres y familiares, educadores, amigos/as que nos han acompañado a lo largo de nuestro camino y de nuestra historia, ayudándonos a crecer en fe y en sabiduría. Ellos y ellas están presentes, celebrando con nosotros la Navidad. Tanto los que ya nos han precedido, como los que están lejos, todos formamos ese coro de ángeles que celebran y cantan: “Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres que ama el Señor”  (Lc 2,14).

      Es Navidad cuando no desesperamos ni nos dejamos llevar por la decepción ni el desánimo ambiental; sabiendo descubrir y “formar” nuevas estrellas, que iluminen nuestro camino, que nos impulsen a vivir con ilusión, con alegría y esperanza renovada en medio del caos político y social que nos toca vivir; conducidos por la estrella de lo alto y también por la estrella de tantos hombres y mujeres que luchan sin desmayo para crear una sociedad donde se viva la fraternidad, la justicia y la paz; donde el cese de la fabricación de armas sea una realidad y así finalicen las guerras, toda clase de violencia y la explotación de los más débiles. Entonces, la Navidad será una realidad.

Es Navidad cuando cuidamos a los enfermos, acariciamos y consolamos a los niños; cuando escuchamos a las personas mayores prestándoles toda la atención y respeto que se merecen. Navidad exige ponerse en camino hacia Belén, hacia el misterio de Amor, de Belleza y de Bondad que anida en lo más profundo del ser humano. Este es el camino real que la Navidad nos invita a recorrer. No vayas lejos de ti para encontrar a Jesús en un pesebre. Entra dentro de ti y lo hallarás. “Alma, buscarte has en Mí, y a Mí buscarme has en ti” (Santa Teresa) y san Agustín: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba”. Tú mismo eres ese establo, ese pesebre en el que a Jesús, realmente, le gusta nacer y entablar una relación de amistad contigo. ¿Estás dispuesto/a a acogerle? ¿Crees que realmente le importas a Jesús y que él quiere ser tu amigo, tu Salvador? Si realmente crees estas verdades de nuestra fe, ¡es Navidad para ti! Y tú podrás ser Navidad para el mundo.

“Hoy brillará una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor;
y es su nombre: Admirable, Dios, Príncipe de la Paz”
(Lc 1,13).
                                                                                                                               Sor Carmen Herrero

lunes, 9 de diciembre de 2019







ADVIENTO   NOS  INVITA   A   VIVIR   ACTITUDES   DE   RENOVACIÓN   PROFUNDA

Adviento 2019

Hace unos días, celebramos el primer domingo de Adviento como pórtico de un nuevo año litúrgico. El año litúrgico comienza con el primer domingo de Adviento. Es importante que, al comenzar este tiempo, nos situemos en la realidad litúrgica que durante cuatro semanas vamos a celebrar, como preparación a la Navidad. Y acojamos la gracia de este tiempo maravilloso de espera esperanzada en Jesús que viene a visitar a su Pueblo y acampa entre nosotros. “Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Dios será su Dios" 
(Apocalipsis 21, 3).

El Adviento es la iniciativa de Dios que quiere encontrarse con la humanidad, con cada uno de sus hijos e hijas y decirles todo su amor. Por parte del cristiano, vivir el adviento es abrir el corazón de par en par para acoger la gracia y el regalo que Dios nos hace enviándonos a su propio Hijo, encarnado en el seno de una doncella: María. En su Hijo, Dios nos dice el inefable amor que nos tiene. Vivir el Adviento en profundidad conlleva la acogida de este gran amor y purificación de cualquier otro amor que impida a Jesús nacer plenamente en la cuna de mi corazón. Celebrar el adviento significa que María y José tienen sitio en mi “posada”, donde el Emmanuel puede nacer y sentirse acogido y amado.
El adviento está marcado por: velad, orad, conversión.
La conversión del corazón tarea cotidiana y permanente; para ello necesitamos la oración y la vigilancia; y la gracia del Espíritu que siempre nos acompaña.
Cristo, que vino ayer al mundo, hoy, viene misteriosamente, invisible, pero realmente a morar en cada uno de nosotros. Ayer vino de forma visible a Palestina. Y hoy viene de forma mística y misteriosa para grabar su vida en nuestra propia vida, en nuestra intimidad, en nuestra conciencia. Esta es la realidad maravillosa de este tiempo de Adviento: Cristo que ayer vino al mundo y nació en Belén, hoy, en el momento histórico que vivimos, viene a la comunidad y a cada uno de nosotros para transformarnos en él, haciéndonos revivir su vida y los misterios de su vida, que ahora son sucesos de los cristianos, no solo de aquel Jesús de Palestina.
Un nuevo Adviento requiere vivir actitudes de renovación profunda. Señalamos tres que son esenciales:
Ø  Conocer más a fondo a Dios nuestro Padre que nos ha dado a su propio Hijo, por puro amor, para salvarnos.
Ø  Conocer al Hijo que, siendo rico, por nosotros se hizo pobre.
Ø  Y conocernos a nosotros mismo como obra maravillosa del amor de Dios al crearnos a su imagen y semejanza, regenerados y salvados en su Hijo.
Si así vivimos el Adviento, la Navidad tendrá toda su dimensión cristológica y en nuestro corazón, en el seno de las familias y en el corazón de la comunidad reinará el gozo y la alégrese de la Navidad: Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. «Maravilla de Consejero», «Príncipe de Paz»" (Is. 9,7).

domingo, 8 de diciembre de 2019

EN ADVIENTO, CRECE EL GERMEN DE UN MUNDO NUEVO







EN AVIENTO, CRECE EL GERMEN DE UN MUNDO NUEVO

     Adviento, tiempo de espera y esperanza porque la profecía de Isaías se cumple: "Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago" (Is 11,1). Ese vástago crece ya en el seno de María, el germen de un mundo nuevo: el Hijo del Dios que se encarna, tomando la naturaleza humana. Adviento, espera gozosa, porque un niño va a nacer: El Emmanuel, el Dios-con-nosotros, hecho niño, vulnerable, frágil y pobre; necesitado, como cada ser humano, del cuidado y de la ternura materna y paterna. Necesitado de ser consolado de su llanto y arrullado en el regazo maternal
     María nos enseña el camino para que Jesús nazca también en nuestro propio corazón y en nuestro mundo: humildad, confianza, abandono, entrega, fidelidad y acogida al plan de Dios. Adviento, tiempo de espera vigilante y orante; tiempo de ternura y delicadeza en las relaciones fraternas, desde un amor creativo e intuitivo que favorece el crecimiento espiritual y teologal en mí y en mi entorno, para acoger en mi seno y en el seno de mi familia, a Dios hecho hombre que se empeña en nacer en mi corazón y en el corazón de la comunidad, en el corazón de la historia. Espera confiada en la venida del Señor significa "reverdecer", permitir que florezca la esperanza en mi corazón, dejando paso al germen de la Vida que pronto va a nacer.
     En nuestro mundo actual, hay mucho sufrimientos e injusticias: paro, problemas económicos y éticos; rupturas familiares, niños explotados, de mil maneras, maltratados y abandonados, sin amor de una familia estable ni hogar cálido. Soledad de los ancianos y de los enfermos, abandono de los más pobres y desfavorecido de la sociedad. Violencia de género, guerras y terrorismo que provocan la avalancha migratoria con todo el riesgo y sufrimiento que ello conlleva.

     Ante tal realidad social, ¿cómo seguir esperanzados? ¿Cómo vivir el Adviento con júbilo en la espera de que un mundo diferente es posible? Cierto, lo que no se espera nunca acontece. La esperanza habita en toda persona, poco importa la raza y la religión; es la fortaleza esencial del ser humano para superar las dificultades de la vida. La esperanza nos lleva a exclamar: ¡mañana será mejor!, ¡esperemos, confiemos!

     Tal vez, el sentido real de nuestra espera es poner manos a la obra. Pues vivir el Adviento implica, para el cristiano, ser sembrador; sembrador de semillas de esperanza, de igualdad y de fraternidad en un mundo quebrado, disgregado y olvidado de los valores esenciales de la vida. El Adviento nos lleva a descubrir la alegría de la espera paciente, creativa y comprometida en la defensa de los derechos humanos de los más pobres y desamparados de la sociedad y de cuantos nos rodean. El Adviento nos exhorta a ser solidarios, hacernos presentes en la historia de la salvación de nuestro mundo actual, de las instituciones y de la sociedad.
     El Adviento nos motiva a la audacia, a la creación de algo nuevo, a la entrega generosa para la construcción del Reino y de la felicidad de nuestros hermanos, aquí y ahora. El Adviento es tiempo de espera, pero también es tiempo de acción y compromiso efectivo y afectivo, que nos lleve a crear un mundo más humano, más justo y fraterno; rompiendo tantas cadenas como nos atan, tanto anonimato y soledad que hunde a las personas en el abismo sin fondo, en la tristeza y la destrucción. Crear una sociedad donde la presencia de Reino sea una realidad viva y esperanzada, que abre horizontes de realización y felicidad; de justicia y de paz, de respeto y tolerancia a la diferencia, creando la fraternidad universal.

María, tú que eres la figura central del Adviento enséñanos a vivirlo desde la interioridad, la fe y la caridad; en espera activa de que un mundo mejor es posible; porque el Verbo se ha encarnado y habita entre nosotros, colmando todo nuestro anhelo de justicia, liberación y salvación: “Él es el Príncipe de la Paz” (Is 9,6).

Sor Carmen Herrero


domingo, 3 de marzo de 2019

CUARESMA: CAMINO HACIA LA PASCUA


CUARESMA: CAMINO HACIA LA PASCUA


La imagen puede contener: exterior, agua y naturaleza


Un año más, con el rito de la Ceniza, entramos en Cuaresma, el Miércoles de Ceniza; este año el 6 de marzo. La Iglesia, acompañados por la liturgia, nos propone 40 días de escucha de la Palabra, de oración, de desierto y ayuno en el seguimiento de Jesús, que se retira al desierto para orar y ayunar. Jesús sabe que el acontecimiento central de su vida se avecina y quiere prepararse desde el interior, en unión con su Padre. Jesús se prepara al gran acontecimiento de su vida desde la vivencia filial de Hijo, totalmente abandonado en las manos de su Padre. En el evangelio, vemos que Jesús se retira a solas a orar en los momentos de tomar decisiones importantes en su vida pública. Él nos enseña la importancia de la oración solitaria en unión con su Padre, el amor y la confianza filial. La oración es buena consejera para discernir y tomar las decisiones a la luz del Espíritu. Además la oración fortifica el espíritu para llevar adelante la obra que se nos confía. La oración es luz y fortaleza para el cristiano.

La Cuaresma es un camino que nos conduce a la Pascua, el acontecimiento central de los cristianos. Todos estamos llamados a prepararnos para celebrarla en toda su plenitud. Pascua, paso, cambio de vida, conversión evangélica. Si así vivimos la Cuaresma también viviremos con gozo el Misterio Pascal.

La Cuaresma es, ante todo, una experiencia interior, mística. La Cuaresma va orientado a la transformación del corazón, a ese renacer de nuevo, a pasar de la muerte a la vida. Dice el papa Benedicto: “Con la imposición de la ceniza renovamos nuestro compromiso de seguir a Jesús, de dejarnos transformar por su misterio pascual, para vencer el mal y hacer el bien, para hacer que muera nuestro "hombre viejo" vinculado al pecado y hacer que nazca el "hombre nuevo" (Ef 4,22s) transformado por la gracia de Dios”[1]. Este es el verdadero sentido de la Cuaresma: dejarnos engendrar de nuevo por la acción divina del Padre que nos ama y quiere que renazcamos a la vida por los meritos de su Hijo, muerto y resucitado por la salvación del mundo.
La Cuaresma lejos de ser un tiempo de tristeza, todo lo contrario, la Cuaresma es tiempo de gracia que se orientada hacia el futuro, es decir, hacia la Pascua, que es la alegría y gozo sin fin. Desde esta vivencia “podemos caminar, de pascua en pascua, hacia el cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido gracias al misterio pascual de Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza» (Rm 8, 24)”[2]. (Papa Francisco).

Hemos de decir que la Cuaresma no es un tiempo de “folclore turístico”, la Cuaresma es algo más que las procesiones, cofradías, tambores etc.… Sí, todo puede ser un medio para transmitir el verdadero mensaje, si ello se vive desde la fe, desde la fraternidad, con un corazón contrito y renovado; pero la Cuaresma es algo más profundo, más místico y bíblico que todo lo exterior, que todo el arte que se pasea por las calles en las procesiones. El arte puede ser didáctico, evangelizador; pero si damos el salto de la representación al misterio.

Me atrevo a decir que estamos llamados a actualiza de manera creativa, en nuestras comunidades parroquiales, la manera de vivir la Cuaresma, dejando muchos ritos y prácticas “piadosa”, sin ningún sentido para las nuevas generaciones, centrándonos en lo esencial del misterio: en la Palabra encarnada que es Jesucristo. En él debemos poner nuestra mirada y nuestro corazón para seguirle y, con su ayuda, encarnar su propio compromiso y estilo de vida. Compromiso que lo llevó a la cruz, a morir como un malhechor, y todo ello por puro amor y entrega incondicional, para salvar al género humano.

Uno de los mensajes de Cuaresma es aprender amar como somos amados por Jesús. Si realmente vivimos este amor, una esperanza se abre cara un mundo nuevo, más humano, más justo y fraterno, donde podamos vivir la fraternidad universal de la que el papa Francisco habla frecuentemente.

El proyecto de Jesús es comenzar aquí y ahora el “reino de Dios”. Toda la vida de Jesús está orientada hacer presente y estable el reino de Dios. ¿No fue esto una de las razones de su condena? Vivir la Cuaresma nos lleva a encarnar el proyecto de Jesús en el mundo que nos toca vivir, a ser sus discípulos, a proclamar evangelio. Llevar el evangelio a la vida es el proyecto de Dios para el cristiano, para su Iglesia y para toda la persona de buena voluntad.

Que el Espíritu Santo nos acompañe durante estos cuarenta días, que nos llevan a la Pascua, y la podamos celebrar desde la alegría de sentirnos resucitados y salvado en Cristo.

Sor Carmen Herrero


[1] Benedicto XVI, papa de 2005 a 2013. Audiencia general del 17/02/2010 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana).
[2] El mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2019