EN AVIENTO, CRECE EL GERMEN DE UN MUNDO NUEVO
Adviento, tiempo de espera y esperanza
porque la profecía de Isaías se cumple: "Saldrá un renuevo del
tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago" (Is 11,1). Ese vástago crece ya en el seno de María, el germen de un mundo nuevo:
el Hijo del Dios que se encarna, tomando la naturaleza humana. Adviento, espera
gozosa, porque un niño va a nacer: El Emmanuel, el Dios-con-nosotros, hecho
niño, vulnerable, frágil y pobre; necesitado, como cada ser humano, del cuidado
y de la ternura materna y paterna. Necesitado de ser consolado de su llanto y
arrullado en el regazo maternal
María nos enseña el camino para que Jesús nazca
también en nuestro propio corazón y en nuestro mundo: humildad, confianza, abandono,
entrega, fidelidad y acogida al plan de Dios. Adviento, tiempo de espera
vigilante y orante; tiempo de ternura y delicadeza en las relaciones fraternas,
desde un amor creativo e intuitivo que favorece el crecimiento espiritual y
teologal en mí y en mi entorno, para acoger en mi seno y en el seno de mi
familia, a Dios hecho hombre que se empeña en nacer en mi corazón y en el
corazón de la comunidad, en el corazón de la historia. Espera confiada en la venida del Señor significa "reverdecer", permitir que
florezca la esperanza en mi corazón, dejando paso al germen de la Vida que
pronto va a nacer.
En
nuestro mundo actual, hay mucho sufrimientos e injusticias: paro, problemas
económicos y éticos; rupturas familiares, niños explotados, de mil maneras, maltratados
y abandonados, sin amor de una familia estable ni hogar cálido. Soledad de los
ancianos y de los enfermos, abandono de los más pobres y desfavorecido de la
sociedad. Violencia de género, guerras y terrorismo que provocan la avalancha migratoria
con todo el riesgo y sufrimiento que ello conlleva.
Ante
tal realidad social, ¿cómo seguir esperanzados? ¿Cómo vivir el Adviento con
júbilo en la espera de que un mundo diferente es posible? Cierto, lo
que no se espera nunca acontece. La esperanza habita en toda persona, poco
importa la raza y la religión; es la fortaleza esencial del ser humano para
superar las dificultades de la vida. La esperanza nos lleva a exclamar: ¡mañana
será mejor!, ¡esperemos, confiemos!
Tal vez, el sentido real de nuestra espera
es poner manos a la obra. Pues vivir el Adviento implica,
para el cristiano, ser sembrador; sembrador de semillas de esperanza, de
igualdad y de fraternidad en un mundo quebrado, disgregado y olvidado de los
valores esenciales de la vida. El Adviento nos lleva a descubrir la alegría de
la espera paciente, creativa y comprometida en la defensa de los derechos
humanos de los más pobres y desamparados de la sociedad y de cuantos nos
rodean. El Adviento nos exhorta a ser solidarios, hacernos
presentes en la historia de la salvación de nuestro mundo actual, de las
instituciones y de la sociedad.
El
Adviento nos motiva a la audacia, a la creación de algo nuevo, a la entrega
generosa para la construcción del Reino y de la felicidad de nuestros hermanos,
aquí y ahora. El Adviento es tiempo de espera, pero también es tiempo de acción
y compromiso efectivo y afectivo, que nos lleve a crear un mundo más humano,
más justo y fraterno; rompiendo tantas cadenas como nos atan, tanto anonimato y
soledad que hunde a las personas en el abismo sin fondo, en la tristeza y la
destrucción. Crear una sociedad donde la presencia de Reino sea una realidad
viva y esperanzada, que abre horizontes de realización y felicidad; de justicia
y de paz, de respeto y tolerancia a la diferencia, creando la fraternidad
universal.
María, tú que eres la figura central del Adviento
enséñanos a vivirlo desde la interioridad, la fe y la caridad; en espera activa
de que un mundo mejor es posible; porque el Verbo se ha encarnado y habita entre nosotros,
colmando todo nuestro anhelo de justicia, liberación y salvación: “Él es el Príncipe de la Paz” (Is 9,6).
Sor Carmen Herrero
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