domingo, 15 de diciembre de 2024

 

ADVIENTO: TIEMPO DE ESPERA 

ESPERANZADA


Un año más celebramos un nuevo Adviento preñado de espera esperanzada, de expectación y alegría; porque en el seno de una doncella, María de Nazaret, crece el germen de un mundo nuevo: el Hijo de Dios encarnado, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. “Y que Dios se hace hombre y que el hombre Dios sería” (San Juan de la Cruz).

La palabra adviento - advenimiento viene del latín y, quiere decir LLEGADA SOLEMNE, VENIDA; pero una venida importante, no una venida cualquiera. Ante tal venida estamos invitados a prepararnos con solicitud y alegría para acoger a aquel que viene, es decir, a Jesús, al Emmanuel, el Dios encarnado. El Adviento es como un camino que vamos recorriendo con vigilancia gozosa a través de las cuatro semanas litúrgicas, que preceden al 24 de diciembre, acompañados de las lecturas bíblicas que la Iglesia nos propone para la celebración litúrgica. La palabra de Dios nos guía con sabiduría por el camino de la espera esperanzada, gozosa, que nos lleva hasta el establo en Belén. Allí es donde acaece el mayor acontecimiento de la Historia: el nacimiento del Hijo de Dios, el Emmanuel. “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer” (Gal, 4,4). Y el apóstol Juan describe con una gran profundidad: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y tocaron nuestras manos, acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros lo hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos” (I Jn 1,1-3). Y Benedicto XVI dice: “El acontecimiento central de nuestra fe es que Dios-Amor ama tanto al mundo (a nuestro mundo) que le ha enviado a su Hijo… Jesucristo, este Niño Jesús que nos nace, es el Amor de Dios encarnado”.  

El Adviento es un tiempo para vivirlo desde la contemplación y la acción de gracias al Padre; porque “Jesús se hace uno de nosotros, en todo, excepto en el pecado” (Heb 4,15). Jesús es el enviado del Padre, el Salvador de la humanidad. La encarnación del Verbo es el gran regalo del Padre que se nos da en su propio Hijo, para que, en el Hijo, también nosotros seamos hijos por adopción y coherederos con Cristo (cf. Rm 8, 14ss). El misterio de la encarnación es tan inmenso que sobrepasa toda capacidad humana de comprensión. Solamente desde la fe, el amor y la adoración se puede “vislumbrar” lo que significa el inmenso amor de Dios por la humanidad, por cada una de sus creaturas creadas a su imagen y semejanza. (cf. Gn 1, 26-27).

Vivir el Adviento nos lleva a creer firmemente en la encarnación de Dios. En ese Dios que se hace niño y nace de una doncella llamada María, Hija de Israel. Y todavía más, esta fe me lleva a creer que Dios también se encarna en mi vida, en la vida de mis hermanos y en la historia; en el mundo de hoy, en medio de las pruebas y oscuridad por las que la humanidad atraviesa.

El hecho histórico de la encarnación de Jesús se realizó en el pasado, en el ayer; pero en el hoy, y en el ahora, él se sigue encarnando, y si no acojo y vivo esta encarnación, no he comprendido lo que significa el Adviento ni la Navidad. El Adviento tiene que ser un encuentro personal con Dios encarnado en mi corazón, en mi vida, en lo cotidiano, en mis hermanos y en la historia. Si así vivo el Adviento, celebraré la Navidad en toda su profundidad, con júbilo, porque creo y confieso, desde la experiencia interior, que Jesús “Se hizo carne, para hacer de nosotros los poseídos de Dios. Se rebajó por bondad, para levantarnos a nosotros. Salió de su casa, para introducirnos en ella. Se apareció visiblemente a nuestros ojos, para mostrarnos las cosas invisibles” (San Gregorio Magno).

La alegría y júbilo, caracterizan el Adviento; porque esperamos un nacimiento, y todo nacimiento es causa de expectativa, de admiración y de alegría. Seamos, pues, capaces de preparar el camino al Señor, desde la espera gozosa. El ángel le dijo a María: “Alégrate, llena de gracia”, y esto mismo nos lo dice a cada uno de nosotros el Espíritu: ¡Alégrate!, el Señor está cerca, él viene y te trae su paz; él es tu Salvador, él te abre la puerta de la esperanza, de la misericordia y de la salvación. 

                                    ¡FELIZ NAVIDAD!

 

Hna. Carmen Herrero

lunes, 9 de diciembre de 2024

 

SÍMBOLOS LITÚRGICOS DE ADVIENTO


El Adviento, litúrgicamente, tiene sus símbolos propios:                La corona de Adviento, con las cuatro velas, y el tronco de Jesé también con sus cuatro velas, son dos signos propios de este tiempo litúrgico de Adviento. Litúrgicamente, el color morado es propio de este tiempo, salvo el tercer domingo de Adviento, llamado "Domingo de Gaudete" (Domingo de la Alegría), en el que la casulla que reviste el sacerdote es de color rosa, como signo de gozo, porque el Señor está ya cerca.

La corona se ha impuesto al tronco de Jesé; sin embargo, el tronco de Jesé es anterior, y además tiene un sentido bíblico. La corona de Adviento es de origen pagano, su inicio lo tiene en una tradición europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar el fuego del dios sol. Con esto, la deidad regresaría para brindar luz y calor a lo largo del invierno. Más tarde, este signo será cristianizado por el pastor Johann Wichern, luterano alemán, que comenzó a utilizar esta corona en 1838, para ayudar a los niños de una escuela que había fundado en Wichern. A la corona le ponía diecinueve velas rojas pequeñas y cuatro velones blancos. Encendían una vela pequeña cada día de la semana durante el Adviento, y los domingos, una de las cuatro velas grandes. Más tarde, la corona se fue introduciendo en la liturgia como símbolo de Adviento y se quedó solamente con las cuatro velas que representan las cuatros semanas litúrgicas que preceden a la Navidad.

El Tronco de Jesé es el nombre con el que se denomina al árbol genealógico de Cristo a partir de Jesé, padre del Rey David. La tradición del Árbol de Jesé está unida a la genealogía de Jesús y al plan de salvación. Tanto el evangelio de Mateo (1, 1-16) como el de Lucas (3, 23-38) narran la genealogía que parte de David para llegar a José, el esposo de María, cumpliéndose el sentido de la profecía de Isaías: "Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago" (Is. 11,1). “El árbol de Jesé es la única profecía del Antiguo Testamento que fue ilustrada literal y frecuentemente en diferentes disciplinas artísticas, técnicas y géneros: arquitectura, escultura, orfebrería, manuscritos ilustrados, frescos, pintura en tabla, mosaicos etc.”[1].

En la Edad Media se le dio una gran importancia al tronco de Jesé, de ahí su extensa iconografía en el arte. La liturgia de Adviento, en la tercera antífona de vísperas, llamadas las grandes antífonas dice: “¡Oh raíz de Jesé que estás como estandarte de todos los pueblos, en cuya presencia se callarán los reyes y te invocarán los gentiles! ¡Ven a salvarnos, y no tardes ya!” Desde el sentido bíblico tiene mucho más significado el tronco de Jesé que la corona de Adviento. Es una pena que se acepten tan fácilmente ciertos símbolos de origen pagano y se olviden aquellos cuyo significado es bíblico.

Durante el tiempo de Adviento, preparación inmediata a la Navidad, la imagen bíblica del "Tronco de Jesé" que reverdece, cobra una significación especial. La espera confiada en la venida del Señor significa "reverdecer", permitir que florezca la esperanza en mi corazón, dejando paso al germen de la Vida que pronto va a nacer y ser la LUZ del mundo que disipa toda tiniebla.

El gesto de encender, cada domingo, una de las cuatro velas significa que la vida se va abriendo camino en la corteza del tronco hasta la última semana que se da la explosión de la vida: “Un niño nos ha nacido, un niño se nos ha dado que será la LUZ que ilumine los corazones”. (Is. 9,6),

Para que los signos que acompañan la liturgia sean significativos, es esencial ponerlos en valor y destacarlos. Para ello se colocará en un lugar visible de la iglesia un tronco grande, revelador de lo que él mismo simboliza. Sobre el tronco desnudo, con las cuatro velas, que se irán encendiendo progresivamente durante las cuatro semanas de Adviento, al tiempo que vamos "adornando" el tronco, primero con hojas verdes y la última semana con flores, como anuncio de que la vida está a punto de nacer.

Esta apertura del árbol para dar paso a la luz, a la vida, deberá acompañar nuestro camino de Adviento. La celebración anual del Nacimiento del Señor exige de los cristianos una sincera apertura a la esperanza y a la renovación, al “reverdecimiento” interior, al desarrollo de la vida teologal y del espíritu de las bienaventuranzas; pues La vida que Cristo nos trae con su venida, no puede dejarnos indiferentes, ella nos ayuda a vivir el espíritu evangélico.  El Adviento, de la mano de sus personajes y textos bíblicos, trata de hacernos comprender que "algo nuevo está llegando", "Alguien" desea hacerse un hueco en nuestra vida para hacerla florecer y convertirla en luz radiante que ilumine a hermanos nuestros que caminan bajo la densidad de las tinieblas.

El profeta Isaías describe con entusiasmo la venida de Dios, él mismo viene a salvarnos, y en él y con él florece un mundo nuevo donde la tristeza y el llanto desaparecerán y el gozo y la paz serán realidad. (Isaías 35, 1-10).  A los lectores les invito a leer el texto de Isaías.

Adviento, Adviento,

arde una pequeña luz arde.

Primero una, luego dos,

luego tres, luego cuatro,

y el Niño Jesús está en la puerta.[2]

¡Feliz y bendecido tiempo de Adviento!

Hna. Carmen Herrero Martínez



[1] Ana María Brandolinien.  Sin categoría18 septiembre, 2023

[2] Canción infantil tradicional, de origen alemán y muy querida por los niños de este país