jueves, 18 de enero de 2018

CITA ANUAL DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS





CITA ANUAL DE ORACIÓN POR LA UNIDAD
DE LOS CRISTIANOS

  Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Cada año, la cita del 18 al 25 de enero, marca una semana de encuentros ecuménicos: celebraciones litúrgicas, conferencias, coloquios, mesas redondas y encuentros de oración y amistad. Todo ello es un regalo, la gracia desbordante del Espíritu Santo que, año tras año, nos “espolea” a avanzar por el camino de la unidad, por un compromiso evangélico de comunión. Tarea no siempre fácil, pero si esperanzadora y apasionante. Lo importante es avanzar, pese a los muchos obstáculos que nos dificultan para vivir la unidad plena y visible que culmine en la celebración de la eucaristía.

El tema de este año es: “Fue tu diestra quien lo hizo, Señor, resplandeciente de poder”   (Ex 15,16). Los materiales para esta semana de oración de 2018, los han preparado las Iglesias y comunidades de la región del Caribe. Desde su propia experiencia, de tantos años de esclavitud, saben que la diestra del Señor es quien rompe las cadenas y da la verdadera libertad; a la vez que la diestra del Señor puede unir todos los eslabones de las diferentes cadenas para tejer la unidad de su Iglesia tan hecha añicos.


La división de los cristianos es un gran pecado, y el pecado siempre lleva a la esterilidad, a la muerte. La unidad, en cambio, siempre es fecunda, atrayente y portadora de vida. La unidad tiene la capacidad de convocar, de hermanar, de crear redes de comunicación y de fraternidad. En la unidad misma radica el gozo, la serenidad y la paz. Como dice el salmista: “Vez qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos” (Sl. 132, 1).

A los cristianos, nos urgen tomar de conciencia del escándalo que supone la división entre las diferentes confesiones. Un reino dividido, no tienen fuerza en sí mismo. Esto es lo que nos está pasando a los cristianos: la división nos lleva a perder credibilidad en el mensaje que predicamos, en el anuncio del Evangelio. Lo dice el papa Francisco en “Evangelii gaudium” (cf nº 244, 246). No nos lamentemos, pues, de que muestras iglesias estén vacías y de que los jóvenes no vengan. Más que lamentarnos tendríamos que interrogarnos: ¿cuál es la causa de que nuestras celebraciones y nuestras comunidades no tengan capacidad de convocatoria?
Una comunidad unida atrae, porque transmite este valor fuertemente tan deseado por todos. La división es un pecado generalizado que roe y ruina toda relación, toda estructura y crecimiento social y espiritual. La división es como la carcoma, que va haciendo su trabajo de destrucción, y cuando uno se da cuenta es demasiado tarde y el remedio difícil de aplicar.
La unidad es un valor “artesanal”, que requiere un cuidado exquisito, una buena dosis de humildad, amor y comprensión. Tan delicada es la unidad que fácilmente se quiebra, se rompe y se hace añicos. Y cuando una vasija de vidrio se hace añicos, ¿quién podrá reconstruirla de la misma manera, sin que queden cicatrices de las heridas causadas? Esta vasija original, algo ha perdido de ella misma y de su belleza, y necesitará su tiempo para ser reconstruía de nuevo con el mismo esplendor que tenía. Imagen que nos habla de la división de los cristianos. La división entre los cristianos es como una tela de araña que cubre, que empaña la belleza de la Iglesia; la división no le puede quitar su belleza ontológica; pero sí que se la empaña….
Vemos los siglos que llevamos con rupturas y divisiones eclesiales, si bien a la división se llega fácilmente; ¡qué trabajo está costando la reunificación de la “vasija”, de la Iglesia de Jesús! Muchos son los encuentros, acuerdos, declaraciones comunes, de unas y otras confesiones, de acercamientos en el proceso ecuménico, impensables anterior al Concilio, de semanas de oración; pero todavía no hemos llegado a la comunión plena y visible de una única Iglesia que celebra unida la Cena del Señor, la Eucaristía.
Hemos de reconocer que el camino realizado y los puentes tendidos hacia la unidad son enormes y maravillosos; y por ello damos gracias a Dios. Pero no hemos de conformarnos con lo ya realizado, con los logros alcanzados; sino que siempre hemos de tender a conseguir la unidad perdida, porque es el gran deseo de Cristo, el legado que él nos dejo: “Padre, te ruego para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21). La unidad es signo de credibilidad, al contrario que la división es motivo de escándalo.
En medio de las rupturas más significativas de la Iglesia, a lo largo de la historia, siempre han surgido personas que se han destacado, de manera profética, en el campo ecuménico, trazando un camino de unidad y comunión. Gracias a ellas, que han tenido el coraje de denunciar el escándalo que supone la ruptura de las Iglesias, y la desobediencia al evangelio de Cristo, la unidad ha avanzado y sigue avanzando hacia la comunión tan deseada. Nombrar a todas estas personas no es posible, pero si quiero destacar algunas muy significativas tanto de unas confesiones como de las otras: Empezando por el papa Juan XIII, promotor del Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras; el primer encuentro con Pablo VI en el año 1964 en Jerusalén, que marcó profundamente las relaciones ecuménicas entre católicos y ortodoxos. Recordemos esa imagen del abrazo entre el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras, y guardemos en memoria la frase del Patriarca: “Es más lo que nos une que lo que nos separa.” Con este encuentro empezó un camino de dialogo fraterno que conduciría a levantar las mutuas excomuniones después de la separación en 1439.
El Hno. Roger de Taizé, otro gran profeta de la unidad. Taizé, se ha convertido en el lugar de los jóvenes y para los jóvenes de Europa. ¿Por qué Taizé tiene ese atractivo y capacidad de convocatoria para los jóvenes y para todos? Tal vez porque su fundador supo, desde el principio, dar a ese lugar un alma, y un alma de unidad, de comunión, desde el evangelio. Él mismo dice: “Cristo vino a la tierra, no para crear una nueva religión, sino para ofrecer a todos una comunión con Dios y con todos los seres humanos”[1]. Este es el verdadero ecumenismo, la meta de toda unidad: vivir en comunión con Cristo y con los hermanos y con el cosmos.
¿Cómo no recordar a Chiaria Lubich, esta gran mujer, fundadora de los Focolares, el Movimiento laico que más trabaja por la unidad de las Iglesias y el diálogo interreligioso, viviendo una espiritualidad de comunión y creando puentes de acercamiento y comunión?
Y en nuestro propio país, ¿quién no recuerda al Padre Julián García Hernando, fundador de las Misioneras de la Unidad, hombre dotado para el diálogo ecuménico pionero en este campo después del concilio? Y unido a él la labor tan eminente del centro ecuménico de las misioneras de la unidad en Madrid.
Y terminamos con el Papa Francisco quien nos invita con fuerza y convicción a caminar hacia la unidad. Conocidos son sus pasos hacia las diversas confesiones, su humildad y palabras de aliento para seguir caminando hacia la comunión creando puentes de unidad y comunión. “Dada la gravedad del antitestimonio de la división entre cristianos, particularmente en Asia y en África, la búsqueda de la unidad se vuelve urgente” (E.G. nº 246).
Por poca sensibilidad que se tenga, en lo que supone la división entre los cristianos, todos deseamos y queremos la unidad; como en una misma familia que cada miembro aspira y coopera para que la unidad sea una realidad. Desde este principio no se puede sino desear y suplicar a Aquel que todo lo puede que conceda a los cristianos la unidad tan deseada, para que el mundo crea. Pero, ¿qué medios nos damos, la gente sencilla, los de la base, que lloramos en secreto este gran pecado que es la división, para conseguirla? Un ecumenismo del pueblo sencillo es posible.
Unos de los medios al alcance de todos, a mi parecer, es la lectura orante de la palabra de Dios, la lectio divina; porque cuanto más nos acerquemos a la palabra más cerca estaremos de Dios y más cerca estaremos los unos de los otros; y los muros de la división se irán derrumbando, cayendo por sí solos. Porque la Palabra es viva y eficaz y ella nos lleva a la conversión y a la purificación de todo aquello que no es Dios. Cuanto más nos dejemos transformar por la Verdad de la Palabra tanto más viviremos en comunión con Dios, y los unos con los otros. Ya que la Palabra nos ayuda a hacer la verdad en nuestra vida y de la verdad nacerá la unidad.
Otro medio muy importante, es la oración por la unidad. El padre Paul Couturier, un gran profeta del ecumenismo de siglo XX promueve: “el ecumenismo espiritual.” La oración hecha con fe mueve montañas. El Padre Congar dirá de Paul Couturier: “La gracia y la vocación del sacerdote Paul Couturier fue abrirle al ecumenismo el camino espiritual, darle su corazón de amor y de oración.” Este camino todos podemos seguirlo, y todos estamos llamados a vivirlo. Para ello no hace falta sino tener fe, y confiar en el poder la oración.

Y para termina cito al Papa Francisco que en el encuentro con el Arzobispo de Canterbury y primado de la


Iglesia Anglicana, Justin Welby, dijo que para avanzar en el camino común de los cristianos y profundizar en el
ecumenismo tres ejes son esenciales: oración, testimonio y misión.


TAREA, NO DE UNA SEMANA, SINO DE TODA UNA VIDA…
Sor Carmen Herrero



[1] Hermano Roger de Taizé, « Dieu ne peut qu’aimer » Ataliers et Presses de Taizé. 2002.

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