UN CAMINO MONÁSTICO EN LA CIUDAD
“Un camino monástico en la ciudad.” Este es el título que
el traductor español puso al “Libro de Vida” de las Fraternidades Monásticas de
Jerusalén[1]. Dicho libro, es el
tratado espiritual de las fraternidades. “Un
camino monástico en la ciudad,” va muy bien con su carisma: “Monjes
y monjas en el corazón de la ciudad.”
Las Fraternidades Monásticas de Jerusalén fueron fundadas el día
de Todos los Santos en 1975 en la iglesia de Saint-Gervais, París, por el Padre
Pierre-Marie Delfieux, con el apoyo del Cardenal Marty (entonces arzobispo de
París). Su misión es vivir en el corazón de la ciudad y en el corazón de Dios. Llevar
la oración a la ciudad y la ciudad a la oración.
El fundador, Padre Pierre-Marie
Delfieux, pasó dos años en la Assekrem, en el Sahara, donde sintió la llamada a
crear “en el desierto de las grandes ciudades” un oasis de calma, silencio, acogida,
escucha y oración litúrgica y silenciosa. El Espíritu Santo lo condujo para
fundar a una nueva forma de vida monástica en el corazón de la ciudad, conforme
a las exigencias urbanas de nuestro tiempo. Esta forma de monacato le ha dado a
la mujer la igualdad de condiciones que al hombre en lo tocante a la clausura, gobierno
y formación, referente a la desigualdad que la historia ha marcado entre
monacato masculino y monacato femenino.
Los monjes y monjas celebran juntos la liturgia, sin que por
ello se trate de un monacato mixto. El carisma es común y juntos lo transmiten en
la celebración litúrgica, oración silenciosa, formación y ciertos proyectos
pastorales comunes; pero cada comunidad de hermanos y hermanas tiene su
autonomía propia, tanto en la vivienda como en el gobierno, la economía y el
discernimiento vocacional. Hermanos y hermanas quieren ser un testimonio de
fraternidad desde el respeto común a su propia vocación de consagrados.
Estas fraternidades se entroncan con el
cristianismo primitivo. En los Hechos de los Apóstoles leemos que acudían al
templo a orar, vivían en comunidad y tenían los bienes en común (Hc 2, 42-46), y esto sin
retirarse de la vida cotidiana, pues cada uno tenía su propio trabajo como todo
ciudadano.
Su nacimiento el día de Todos los Santos no es
algo ocurrido al azar. Es una fecha y fiesta elegida por el fundador dado el
significado que ella tiene como llamada universal a la santidad. Esta idea la
expresa claramente el Concilio: “Quedan, pues, invitados y aún obligado todos
los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección
dentro del propio estado de vida” (LG 39-42).
¿Por qué el nombre de Jerusalén? Siendo monjas y monjes urbanos, llevan el nombre de Jerusalén
porque Jerusalén es el símbolo de todas las ciudades; el lugar donde Cristo
vivió, murió y resucitó; donde la Iglesia fue fundada y donde nacieron las
primeras comunidades cristianas. Una ciudad igualmente santa para judíos,
cristianos y musulmanes; esperanza y figura de la ciudad celeste hacia la cual
todos caminamos.
Otra de las características de las fraternidades de
Jerusalén es la llamada a la unidad de los cristianos y al diálogo
interreligioso. “Uno de
los elementos constitutivos de Jerusalén es también el ecumenismo. El
nombre que llevas te recuerda que Cristo murió junto a la Ciudad santa para la
salvación y la unidad de todos los hombres (Jn 11,52), y tú, hermano, hermana de Jerusalén, en su seguimiento,
debes conservar la misma pasión por la unidad.”
El monje,
la monja es alguien que, ante todo, busca unificarse. Vive el ecumenismo en el
corazón de tu propia vida: la persona unificada es unificarte. Vive el
ecumenismo en el seno de tu propia comunidad: por la aceptación gozosa y
constructiva de personas tan diferentes (Rm 12,6-8). Vive el ecumenismo en el marco de toda la cristiandad,
a fin que sea cada vez más hermanos todos los discípulos de Cristo que
permanecen todavía separados. El ecumenismo más eficaz es el de la oración.
Guarda
en tu corazón un verdadero anhelo de comunión con todos los hijos de Abrahán,
judíos y musulmanes, que adoran, como tú, al único Dios y para quienes también
Jerusalén es una Ciudad santa. No te canses de orar, a lo largo de toda tu
vida, para que llegue el día en que no haya más que un solo rebaño y un solo
pastor (Jn 10,16). Esto que fue
la gran pasión de Cristo, apasione también tu vocación monástica. Jesús se
consagra por ti para que tú quedes consagrado en la verdad (Jn 17,19). Sólo la unidad de los hijos
de Dios podrán expresarle al mundo el misterio del Dios verdadero” (Jn 17,23)[2]
En la familia de Jerusalén, existen también las
fraternidades laicas, las cuales siguen la misma espiritualidad que los monjes
y las monjas. Esto es una gran riqueza y, a su vez, una fuerte exigencia, para
vivir cada uno desde su propia vocación la diversidad y complementariedad del
estado y vocación propia de cada uno. La liturgia celebrada monjes, monjas y
laicos de todas las edades, condición social y estados de vida, expresa con
fuerza la pluralidad y la plenitud del pueblo de Dios, la unidad eclesial y
visible querida por Dios al crear hombre-mujer; todos caminamos hacia el ideal
de vida cristiana: la santidad.
“Jesús vivió la liturgia en la ciudad, vivió en
medio del pueblo y asoció a los apóstoles, sus discípulos, a las santas mujeres
y a las familias de las cuales nos hablan los Evangelios y los Hechos de los
apóstoles. Las fraternidades de Jerusalén quieren, tras las huellas de Jesús y
de María su Madre, ir a la fuente original que es la figura última, la Ciudad
Santa, la Nueva Jerusalén" (Ap 21,1-4). (Palabras del
fundador.)
Este monacato urbano quiere afirmar que la contemplación
y la santificación se pueden vivir en medio de las exigencias cotidianas y
realidades urbanas donde viven la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro
tiempo. Ahora bien, lo que no cambia son los valores monásticos, si bien, encarnados
de otra manera; más conformes al momento histórico y cultural que nos toca
vivir. Es el Espíritu quien, a lo largo de la historia, suscita los diferentes
carismas para su Iglesia. La finalidad es siempre la misma: “Sed santo porque yo soy santo.” (Lv
11,14) “Sed santos como vuestro Padre celestial es santo” (Mt 5,48). Meta esencial de la vida monástica y de todos
los cristianos. El papa Francisco nos lo recuerda con fuerza.
Esta forma de vida monástica quiere vivir en el
corazón de la ciudad, llevando la ciudad a la oración y la oración a la ciudad.
Todo cuanto ocurre en la ciudad tiene interés para el monje y la monja urbana
de Jerusalén. Todo cuanto pertenece a sus hermanos en humanidad lo hacen
propio, queriendo vivir en cercanía. “Padre,
no te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn
17,15). En esta frase de Jesús se encierra el sentido de la vida monástica
urbana de Jerusalén.
Los monjes y monjas de Jerusalén, desde la
realidad concreta de cada día y desde muy diversos puestos de trabajo, viviendo
en el mismo contesto que la mayoría de los ciudadanos; quieren orientar su vida
al más alto ideal de hombre: la contemplación de Dios y la alabanza; queriendo
ayudar a otras personas a que también vivan la aventura maravillosa de la
llamada a la santidad; a crear un mundo más justo, más humano y más divino.
“Hoy más que nunca podemos
afirmar que ha surgido un mundo nuevo: al ayer esencialmente rural, le ha
sucedido un mundo mayoritariamente urbano. De aquí que la vida monástica en la
ciudad responde a una llamada particularmente actual y urgente del mundo, de la
Iglesia y de Dios (Hch 2,46). Jerusalén es la ciudad a la que Jesús subió para
adorar a Dios, para enseñar, morir y resucitar; porque tu vida es un caminar
tras Aquél que allí, en Jerusalén, se quedó cada vez más solo delante del Solo,
tú eres monje o monja de Jerusalén.[3]
Las
fraternidades de Jerusalén están insertadas en la Iglesia diocesana, dentro de la línea marcada por el Vaticano II, que insiste en la
realidad de cada Iglesia local, adaptándose a la diversidad de situaciones,
sensibilidades y culturas de la misma. El obispo del lugar es quien discierne la oportunidad de una fundación en
su diocesis y quien la establece. Las fraternidades son una célula de la
Iglesia, desde su propio carisma monástico, estando abiertas a la llamada y
solicitud de su propio pastor; siempre en armonía y comunión con el propio
carisma.
“Jerusalén
está fundada como ciudad bien compacta.
Allá suben
las tribus, las tribus del Señor”
(Sl 121).
Sor Carmen Herrero Martínez
F.M.J
[1] Los
traductores fueron don Juan José Omella y Edilio Mosteo. Don Juan José Omella, actual
Arzobispo de Barcelona. Y don Edilio partió a la casa del Padre el lunes 2 de marzo de 2015.
[2] “Livre de vie des Fraternités Monastiques de Jérusalem. Autor: “Pierre-Marie Delfieux. Publicado en
español con el título: “Un Camino
Monástico en la Ciudad.” Nº174 (Editorial Verbo Divino. (Actualmente
agotado).
[3] Ib. nº
164.
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