ANUNCIO DE ADVIENTO 2018
Adviento, tiempo privilegiado de gracia.
Adviento, anuncio de presencia y liberación. La espera y esperanza se visten de
fiesta, de júbilo y alégrese para recibir Aquel que viene, el anunciado por los
Profetas, el esperado de los pueblos y naciones, el Príncipe de la paz.
¡Maranatha, ven Señor, Jesús!
Una
doncella virgen, una hija de Israel, llamada María, lleva en su seno un niño:
un niño va a nacer, un niño se nos ha dado, y él nos trae una vida nueva. Él es
la justicia y el derecho, el árbitro de las naciones, consejero, príncipe de la
paz. En María se cumplen la Promesa de Dios a su pueblo: “Cuando llegó la
plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gal 4, 4).
Las
gentes, otean de lejos el horizonte, el momento de la venida del Mesías; ellas
salen a su encuentro con gozo y jubilo, puesta la esperanza en ese niño que va
a nacer, el Hijo de la Promesa, de la esperanza y consolación de Israel.
Grandes
y chicos se visten de fiesta, ataviados como una joven doncella, con sus
mejores galas; todos se pasean por las calles con gozo y nobleza de quienes
salen al encuentro de Aquel que, desde antaño esperaban. ¡Maranatha, ven Señor,
Jesús!
El
traje más bello y admirable que viste el cortejo es la ESPERA PACIENTE después de siglos; enjoyados con el collar de la ESPERANZA. Esta joya que desde tiempos
remotos los hijos de Israel la custodian y la aman, como a la hija predilecta,
salida de sus entrañas.
Los trajes de gala, de este cortejo están formados por su deseo
ardiente de ver a Aquel que les trae la liberación, la salvación; Aquel que ya
está llegando, al horizonte se percibe la estrella iluminando el camino que
lleva al portal de Belén, donde el Rey de reyes, nacerá, el Emanuel, el Dios
hecho hombre. ¡Misterio insondable, misterio de amor y entrega! “Dios hecho materia, para que la materia sea
divinizada”[1].
Quienes
queremos prepararnos, a la venida, de tan esperado y querido Niño, nos unimos a este gran cortejo de
hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y niños que representan toda la humanidad;
dejándonos revestir de la belleza y profundidad interior que este cortejo nos transmite. “Canta de júbilo y alégrate, hija de Sion;
porque voy a venir, y habitaré en medio de ti, declara el SEÑOR” (Zacarías
2,10).
Tal
vez, tu situación no sea fácil, ni tu estado de ánimo esperanzado para recibir
al Emanuel, hecho niño; con sencillez, y desde tu propia realidad, ábrete y acoger,
en el “pesebre” de tu corazón, a este niño que viene a salvarte, a traerte la
paz, la salud y la plenitud de vida. Adviento es una invitación a levantar la
mirada hacia el nacimiento de la Vida, hacia Aquel que viene a liberarnos de
toda esclavitud, y a darnos vida abundante. La Navidad es la manifestación del
gran ternura de Dios por su creatura, por cada uno de sus hijos. Por tu parte, adora
y confía y el nacimiento de Jesús se hará realidad en tu corazón.
Adviento,
tiempo de sentir a Dios encarnado como la plenitud de todo hombre y mujer;
porque Jesús ha asumido nuestra propia naturaleza uniéndonos a la suya. Por el bautismo, somos uno con Cristo, hijos en el Hijo,
herederos de la Promesa.
“Caminemos a la luz del Señor. Preparad los
caminos del Señor, para que todo el mundo contemple la salvación de Dios” (Is 40,3).
Desde este
mensaje de esperanza nos disponemos a celebrar el Adviento. Tiempo de gracia
que nos invita a la conversión, a preparar el camino, el “pesebre” de nuestro propio corazón, la morada de Dios; una morada
digna donde Jesús pueda nacer y sentirse acogido, arrullado y tiernamente
amado. “El Amor no es amado” exclamaba san Francisco. Adviento nos invita a
amar, con todo el corazón, a ese niño que pronto va a nacer: nuestro Salvador.
Adviento
es un encuentro con Dios que sale en busca de la persona, y la persona que va
al encuentro con su Creador. Podemos decir que el Adviento es “ENCUENTRO” de DIOS con su creatura y
de la creatura con su Dios. El Adviento es un camino orante donde se va
tejiendo la amistad entre Dios y el alma; Dios, haciéndose hombre eleva, a al
hombre, a la mujer, a la categoría de Dios. ¡Maravilla de maravilla! ¿Quién la
podrá comprender?
El romance de San Juan de la Cruz, sobre
la Encarnación, puede iluminarnos y ayudarnos a profundizar este inefable
misterio de Amor trinitario. Juan de la Cruz, el gran místico que comprendió y
vivió el misterio esponsal entre Dios y el alma, el Misterio de la encarnación.
Ya que el
tiempo era llegado
en que
hacerse convenía
el rescate de la esposa,
que en duro yugo servía
debajo de aquella ley
que Moisés dado le había,
el Padre con amor tierno
de esta manera decía:
el rescate de la esposa,
que en duro yugo servía
debajo de aquella ley
que Moisés dado le había,
el Padre con amor tierno
de esta manera decía:
Ya ves, Hijo,
que a tu esposa
a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había.
En los amores perfectos
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería;
que la mayor semejanza
más deleite contenía;
El cual, sin duda, en tu esposa
grandemente crecería
si te viere semejante
en la carne que tenía.
a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había.
En los amores perfectos
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería;
que la mayor semejanza
más deleite contenía;
El cual, sin duda, en tu esposa
grandemente crecería
si te viere semejante
en la carne que tenía.
Mi voluntad es la tuya
justicia y sabiduría,
y la gloria que yo tengo
es tu voluntad ser mía.
Iré a buscar a mi esposa,
y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos,
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga,
yo por ella moriría,
y sacándola del lago
a ti te la volvería.
Entonces llamó a un arcángel
que san Gabriel se decía,
y envíalo a una doncella
que se llamaba María,
de cuyo consentimiento
el misterio se hacía;
en la cual la Trinidad
de carne al Verbo vestía;
y, aunque tres hacen la obra,
en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María.
Y el que tenía solo Padre,
ya también Madre tenía,
aunque no como cualquiera
que de varón concebía,
que de las entrañas de ella
él su carne recibía;
por lo cual Hijo de Dios
y del hombre se decía.
Y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María.
* *
* * *
Ante tal misterio de Amor, la acción de gracias, la adoración y
contemplación, nos adentran en él.
Sor
Carmen Herrero Martínez
[1]. San
Máximo el Confesor.
[2]
Poesía de San Juan de la Cruz “Romance nº 3, del
nacimiento 16, 9 (Obras completas de san Juan de la Cruz). Biblioteca Autores
cristianos.
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